El juicio político en su arqueología proviene de dos términos: Juicio, que se estima
como veredicto, derivado del latín y del derecho romano, y política de la cultura griega, que según estos es el “arte de vivir en sociedad” y se ocupa del “arte de las cosas del Estado. Términos tan vetustos tienen vigencia en la historia mundial, puesto que atañen a los hombres, la sociedad y la justicia, digamos que politizada.
Han pasado siglos como lo vimos en el juicio a Sócrates y la historia parece repetirse, en distintos escenarios y países, en tiempos de polarización política. El juicio político se adelanta por lo general contra funcionarios o exfuncionarios del Estado, así como contra elementos que los gobiernos consideran peligrosos o subversivos. En Colombia, durante el famoso Congreso de la Villa del Rosario de Cúcuta, se intenta el vergonzoso juicio político contra Don Antonio Nariño, el más prestigioso de los políticos granadinos, que había intentado liberar el territorio nativo y había sido derrotado por los pastusos realistas en el sur del país. Simón Bolívar, conocedor de sus desvelos por la libertad, le debía el apoyo militar de un pequeño contingente y lo tenía en alta estima, conocedor de sus padecimientos en prisión. Así que al regreso al país lo nombra para que presida el Congreso de Villa del Rosario de Cúcuta, donde figuraban como diputados algunos de los agentes de Francisco de Paula Santander.
Uno de esos, el diputado Diego Gómez, impugna la elección de Nariño, por conjeturar que no era digno de ella. La temeridad de las acusaciones contra el político santafereño apenas se explica por la ferocidad del antagonismo político parroquial de la Nueva Granada. Entre otras cosas, le acusan de ser un farsante y que no había estado en prisión en España, sino de turista. Así como de lucrarse con los dineros de los diezmos, cuando cobraba ese tributo de la Iglesia en Santafé de Bogotá.
Nariño se defiende y pronuncia uno de los más elocuentes discursos de todos los tiempos, donde señala: “No comenzaré, señores, a satisfacer estos cargos implorando, como se hace comúnmente, vuestra clemencia y la compasión que naturalmente reclama todo hombre desgraciado”. “Justicia severa y recta es la que imploro en el momento en que se va a abrir a los ojos del mundo entero el Primer Cuerpo de la Nación, y en el primer juicio que se presenta”. Estas fueron las principales acusaciones, que el mismo enumera y refuta:
Malversación en la Tesorería de Diezmos, ahora 30 años;
Traidor a la Patria, habiéndome entregado voluntariamente en Pasto al enemigo, cuando iba mandando de General en Jefe la Expedición del Sur el año de 1814.
De no tener el tiempo de residencia en Colombia que previene la Constitución, por haber estado ausente por mi gusto y no por causa de la República.
Nariño pronunció ese día un discurso digno de Cicerón, en donde se destaca su grandeza de miras y desbarata una a una las infundadas acusaciones.
Hoy se repite esa subversión de valores contra el expresidente Álvaro Uribe, por sus desvelos en combate denodado contra los agentes del terrorismo en los dos periodos de su mandato como presidente y en la etapa anterior de gobernador de Antioquia. Aquí se dan los términos de un juicio político visceral.
De la misma índole política son los ataques infundados contra la Universidad Sergio Arboleda, por cuanto el presidente Iván Duque se gradúa con honores en tan prestigiosa institución, fundada por Álvaro Gómez y Rodrigo Noguera, que regenta hoy su hijo del mismo nombre y talante. En donde, como decían los fundadores, se trata de enseñar a pensar y formar con criterio humanista a los jóvenes profesionales.