El melancólico desenlace que está teniendo la Reforma Tributaria demuestra que todo lo que comienza mal termina mal. Veamos.
Se dijo inicialmente que se le iba a presentar al país una Reforma Tributaria que se necesitaba con apremio; después, durante la asamblea de Confecámaras, el Gobierno aclaró que no iba a ser una Reforma Tributara tradicional sino una Ley de Financiamiento de las que trata el Artículo 347 de la Constitución, cuando los presupuestos iniciales se presenten desfinanciados.
Cuando todos creíamos que el gobierno tenía lista la Reforma y que la iba a presentarla desde el mismísimo 7 de agosto, resulta que no la tenía lista; y durante cerca de dos meses comenzó la danza de los anuncios a cuenta gotas sin que nunca se conociera la visión de conjunto.
Después vinieron las informaciones fragmentarias y poco convincentes de cuanto era exactamente el déficit que había que cubrir. Se habló de $25 billones, de $18 billones, y por último se aterrizó en la cifra de $14 billones.
El pecado capital con que nació esta mal diseñada y peor explicada Reforma radica en que se creyó que el país iba a aceptar que de golpe y porrazo se pudiera elevar de 0 al 18% el IVA al 50% de los bienes y servicios hoy exentos o excluidos. Gigantesca ingenuidad. Nunca en la historia fiscal del país se había planteado un alza del IVA con esta desmesura. El único intento que se había hecho, en 2003, para extender el IVA al conjunto de la canasta familiar consistió en elevar pudorosamente la tarifa del 0% al 2%. Pero nunca al 18% de un golpe.
El mecanismo planteado para devolver el IVA a los estratos 1, 2 y 3 era, a ojos vistas, algo improvisado que iba a generar un gigantesco problema administrativo.
Siempre que se habla de una Reforma Tributaria se subraya la importancia de eliminar exenciones y tratamientos de privilegio. El proyecto que agoniza está plagado, por el contrario, de más regímenes de privilegio. Pensemos no más en las llamadas “mega- inversiones” y en los fracasados contratos de estabilidad tributaria, que tanta inflexibilidad le incorporaron al régimen fiscal en el pasado, y que ahora se reviven.
Por todos lados el proyecto está saturado de propuestas de exenciones o minoraciones odiosas, que no se cuantifican.
Sin que se necesitara y sin que nadie lo estuviera pidiendo, se propuso reducir la tarifa general del IVA del 19% al 17%, con un gigantesco costo fiscal.
Se dice querer combatir la evasión, y, sin embargo, se plantea la eliminación de la renta presuntiva, instrumento importantísimo para la lucha contra la evasión. Tal como lo señaló en su momento la misión que entregó sus conclusiones en diciembre de 2015.
Fue tal la descoordinación con que se preparó este proyecto que en el artículo 83 se vuelve a crear el Fondo para la estabilización de los precios de los hidrocarburos que existe hace más de 10 años.
Y hace pocos días, lo que denota también inexcusable improvisación, el presidente Duque tuvo que salir en público (lo cual ya de por sí es sorprendente) a pedirle al Ministro de Hacienda que por favor no olvidara su protegido “sector naranja”, que había quedado gravado con todo tipo de impuestos en la versión original de la disparatada propuesta original.
Como lo han señalado entre otros Fedesarrollo y un reciente estudio de académicos de la Universidad Nacional (“sumas y restas tributarias en el proyecto de ley de financiamiento” de Javier Ávila y Jorge Armando Rodríguez) el proyecto de ley no cubre más allá del 2020 las necesidades fiscales del país. O sea, las orejas de nuevas Reformas Tributarias a partir del 2020 asoman en el horizonte.
En apresuradas reuniones que han tenido lugar esta semana en el Ministerio de Hacienda con los parlamentarios ponentes se le ha hecho una despiadada trasquilada al Proyecto de Ley. El primer mechón que se ha recortado fue el del IVA al 18% a los alimentos, sin que nadie derramara por supuesto una lágrima en su memoria.
Sí, todo lo que comienza mal termina mal.