Recuerdo, por allá a fines de octubre de 2007, estando en Tierra Santa, que nos agarró la triste noticia de la muerte de Rodolfo Aicardi, nacido en Magangué, enorme cantor de música alegre decembrina que se “daba cocas” con Gustavo Quintero, más paisa que la arepa, quien murió nueve años más tarde, en pleno diciembre; con ellos tengo mis más gratos recuerdos de infancia y adolescencia cuando los escuchábamos a rabiar en radios, grabadoras y tocadiscos de acetato, primero por los lados de la finca Balsora, entre Pereira y Armenia y luego por Moravito, viajando desde Chinchiná hacia la Represa de San Francisco, donde mi señor padre había adquirido unos fundos inolvidables y donde pasábamos en familia -enorme familia- todas las temporadas de Navidad y año nuevo.
El “loco” Quintero causaba furor con “así fue que empezaron papá y mamá, tirándose piedritas en la quebrá” (nos caía como “pedrada en ojo tuerto”, porque “justamente éramos 14 y no esperábamos más”) y con temas como “la cinta verde, el grillo, fantasía nocturna” y Rodolfo, “el incomparable”, nos deleitaba con “Adonay, hace 8 días, cariñito, tabaco y ron”…También me tocó de cerca, por los lados de Palomino, Dibulla, el deceso del gran juglar vallenato Diomedes Díaz, hace justo 10 años, llorado por millones de fanáticos. Pero antes había llegado el sucreño Lisando Meza, quien acaba de fallecer, y quien nos deleitó en una fiesta en el Club Montería hace como 30 años, con vallenato “venteado” y al final le hicimos en nuestra mesa paisa el reclamo, que ni una cumbiecita, y nos dijo: “Erda no joda, ¿por qué no me pidieron antes música cachaca?”.
Pero el hombre nos arrebató con tremendos éxitos en las mejores temporadas, por cercanías de Viterbo, Caldas, e hicieron furor sus temas “las tapas, baracunátana, el guayabo de la ye”, varias cumbias y tal vez el más recordado, “el hijo de Tuta” en refiriéndose a un desalmado patrón que llegaba a la factoría a las 10 de la mañana tomando whisky, bajado de un lujoso carro y acompañado de su novia bonita, y llegaba sin saludar el “muy hijo de Tuta”, que ahora resuena con furor en nuestros oídos.
Post-it. Se nos fue el año, señores. Hemos sobrevivido a uno más de este cuatrienio, una prueba bien endemoniada a que nos sometieron los millones de chistosos que votaron por el cambio, chanza muy pesada para ser una inocentada. A pesar de todo, mis mejores deseos por un feliz y venturoso 2024, con especiales recordaciones para el presidente de la República, que ojalá componga su caminado, supere su condición de perverso alcalde y asimile el hecho de ser Jefe de un Estado que merece mejor suerte, para tratar de salvarlo, en lugar de hundirlo más de lo que lo tiene; al senador Iván Cepeda, tan metido en los intrincados embelecos de paz, para que aproveche su condición de amigo de las guerrillas para tratar de encontrar una paz, no total -que es imposible- sino, al menos, pedacitos de ella, y al “inmamable” Gustavo Bolívar, quien renunció al senado para ser alcalde de Bogotá D.C. (Distrito Criminal) y se quedó sin la soga y sin el ternero, porque le apareció un “sirirí” de apellido Oviedo, que le quitó el segundo puesto, le derramó la leche y lo dejó desconsolado y sin Concejo. Le tocará reeditar las “Tetas del Paraíso”.