Tiene la izquierda de la Universidad Nacional una cultura brillante, pero dirigida. Sus tesis se agrupan para una batalla imaginaria contra la tradición colombiana que considera desueta, inerte y sin proyección en la vida nacional actual. Borrón y cuenta nueva parece ser su consigna. Queremos afirmar, desde ya, que nuestra pluma no se mueve al servicio de un macarthismo nacional, de odiosas vivencias. Pero ideológicamente nos encontramos en la orilla opuesta que presenta sus conceptos, muchos de ellos buidos, y algunos ciertos, red peligrosa para los incautos. La izquierda viene empeñada desde hace varios años en una tarea de pica, con ánimo de socavar un orden, que, según su concepto, es un desorden nacional.
Según sus numerosas monografías, la iglesia católica, los partidos y las FF.AA, han sido un lastre para nuestra Nación. Causante del feudalismo, de la noche ferrada del encomendero, del más cerrado obscurantismo. Tesis que ha sido ya aventada como desueta, sin raíces en la realidad colombiana. La fisonomía espiritual de un pueblo como el nuestro, de tan onda raíz hispana, no podemos socavarla dejando esas raíces como muñones trágicos al aire. Somos hispanos porque de Iberia recibimos una serie de valores que constituyen el Alfa y el Omega de nuestro ser nacional. Ni anglicanos, ni franceses, ni mongoles, simplemente iberoamericanos, con sus trágicas o hermosas consecuencias. Hasta el momento nadie ha podido cambiar de madre que sepamos nosotros. Seguimos cristianos, hispanos, bolivarianos.
La izquierda, escribe algunas verdades que compartimos. Pero otras se encuentran reñidas con nuestro pensamiento. El orden es un concepto moral, antes que una panacea revolucionaria. Precisamente las “revoluciones”, principalmente las de los ideólogos, se quedan escritas en el papel, cuando no sirven para desembocar en un “idiotismo útil”, muy propicio para los fermentos revolucionarios, nacidos y alimentados por el hongo venenoso del resentimiento. Algunos izquierdistas dicen: la riqueza es un delito y el rico es un delincuente, compartimos la tesis de qué se necesita una transformación en la vida colombiana. Pero son pocos los revolucionarios capaces de resistir el halago burocrático y los dorados gajes de la burguesía. El idealismo entre nosotros, claudica cuando los poderosos llaman a su servicio a los “revolucionarios”. Falta la convicción, valiente pero sincera de Camilo Torres, el prócer o la de Camilo Torres Restrepo, el sacerdote, para llegar hasta los últimos límites. Los sociólogos de izquierda en Colombia, quienes pregonan la destrucción del orden existente, se quedan en el terreno movedizo, falso y dañino de la demagogia. Muchos son revolucionarios de sólo la izquierda.
Con una equivocación protuberante de la realidad colombiana hace partir todos los males y aflicciones de Colombia del 9 de abril de 1948. Esto no es cierto. No corresponde a la realidad. Violencia ha habido en Colombia desde tiempos inmemoriales, antes de los comuneros, después de estos, en la guerra emancipadora, en las numerosas guerra civiles que aún no han terminado. Solamente hubo un periodo de paz, durante la hegemonía conservadora, que le tiene que causar horror. Pero la violencia ha estado siempre en estado presente en la historia de Colombia, desde mucho antes de la independencia. Nuestras famosas transmisiones del mando al adversario, han producido más muertos que una guerra civil declarada. Pero la izquierda acomodaticia y maliciosamente hace arrancar la violencia del año de 1948. Se puede ver, en consecuencia, que desconoce la historia del país o que la olvida, con cautela, para no perder los fines que busca en todas sus publicaciones.