Era la noche del 9 de marzo de 1687, cuando la virreinal Santafé despertó, sobresaltada y aturdida, por cuenta de un ruido inaudito que pasó mucho tiempo inexplicado -y que acaso aún no lo está definitivamente-, y que entonces, a falta de otra causa plausible, se atribuyó a la agitación de las legiones demoniacas. “El tiempo del ruido”, acabó llamándose el curioso episodio, cuyo recuerdo persiste en el habla coloquial de los capitalinos.
Acaso los de ahora también son tiempos del ruido. Del grito, incluso, como el de Munch, que fácilmente pasaría por instantánea del lector desprevenido que recorre una mañana la sección internacional de los periódicos. Porque ruido es lo que hay actualmente en el mundo, y vaya uno a saber si es además cuestión de legiones demoniacas lo que, en todo caso, es cuestión de agitaciones geopolíticas.
Primero fue el Aukus, que hizo ruido a lo largo del Pacífico y también del Atlántico, y sigue haciéndolo, a pesar de los esfuerzos de los estadounidenses por reducirlo, aunque sea sólo en París, a incómodo murmullo. Y después, tal vez a modo de secuela de aquel o de otros ruidos, el ruido de los sobrevuelos chinos en la Zona de Identificación de Defensa Aérea taiwanesa, que no es otra cosa que el espacio aéreo, aunque, como tantas cosas relativas a Taiwán, que en realidad se llama República de China, se lo llame de otra forma.
El peor momento de la relación “a través del estrecho” en los últimos 40 años, según los taiwaneses, que advierten el riesgo de una invasión a gran escala en el próximo quinquenio. ¿Taiwán? -se pregunta en La venganza de la historia (2018)- el politólogo francés Bruno Tertrais, director adjunto de la Fondation pour la Recherche Stratégique. “Es la ‘Alsacia-Lorena’ de Japón, se decía a menudo en Tokio bajo el Imperio. Ahora es la de China, se susurra desde entonces en Pekín”. ¡El que pueda entender, que entienda!
Y el que tenga oídos para oír, que oiga. Aunque en medio del ruido es difícil oír con claridad. Como debe estar pasando en Bruselas, donde quedan tantas cosas y se oyen muchas otras. En la OTAN, que ha decidido expulsar a ocho diplomáticos rusos por considerarlos “agentes de la inteligencia rusa no declarados”, o sea espías, pero dicho en eufemismo. Y en la Unión Europea, ante el “órdago polaco” -así ha titulado un periódico español-, que no es otra cosa que la reciente jurisprudencia del Tribunal Constitucional de Polonia que pone en entredicho la supremacía del derecho europeo sobre el derecho nacional de los Estados, y advierte que, a veces, los órganos europeos extralimitan sus competencias -ultra vires-, según los abogados, y según el Tribunal Constitucional alemán. Pero parece que una cosa es decirlo en Karlsruhe y otra decirlo en Varsovia.
Hay ruidos en otros lados, por montones. Quién sabe cuánto pasará mientras se los descifra, aunque sea parcialmente. Ojalá no sea demasiado tarde, porque en los tiempos del ruido, cualquiera puede acabar en estruendo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales