Hay momentos en que todo parece tinieblas. El viernes de la muerte del Señor en la cruz, constata el Evangelista: “desde el mediodía hubo oscuridad sobre toda la tierra” (Mt. 27,46). Era signo del deicidio horrendo que se perpetraba, y de la oscuridad en la mente de sus seguidores con excepción de su Madre, María, que, con el alma partida pero el corazón lleno de amor hacia los redimidos, “estaba en pie junto a la Cruz” (Jn. 19,25).
En tantos momentos, para personas y pueblos se repite “hora de tinieblas”, como expresaba en tono un tanto desesperado nuestro vate Rafael Pombo. Pero, en medio de las más crudas dificultades, personas sencillas de fe, como las de ferviente organización apostólica, repite con su Manual: “Nunca hay razón por desesperar”. Almas piadosas del “Movimiento de los Focolares”, u “Obra de María”, en medio de terribles momentos de la Segunda Guerra Mundial buscaban luz para echar adelante, acudiendo al propio Redentor, y descubrió que el momento de su máxima dolor fue el de su situación en la cruz, cubierto con la fetidez de los pecados del mundo que lo llevó a exclamar: “¿Dios mío por qué me has abandonado? (Mt. 27,46). Pero, enseguida, con infinita confianza exclamó ¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu! (Lc. 24,46).
Las anteriores son formas razonables que inspira la fe, que dan no solo consuelo y conformidad, sino seguridad y alegría en medio de las más densas tinieblas o máximos dolores. Ese comportamiento ha sido llamado “acudir a Jesús abandonado”, para tener la fortaleza que da su ofrecimiento y testimonio. En este sabio y confortante actitud se vienen a realizar múltiples textos de la Palabra de Dios que nos hablan de “luz que brilla en las tinieblas”, como S. Juan, desde las primeras líneas del Evangelio (Jn. 1,5), refiriéndolo a Jesús, y aplicación a lo anunciado por Isaías de que “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Isa. 9,1), en anuncio de la luz del Redentor.
En nuestros días hay momentos de pertinaces tempestades de ataques a la fe y a la Iglesia de Cristo, que se sienten como nuevas horas de “tinieblas”. Hay calculadas campañas contra todos los principios y normas de vida que tienen su raíz en la fe, hay eco a ello en medios de comunicación, y, también, palpables defecciones, pero, en todo momento, van surgiendo luces que devuelven claridad a mentes y corazones. Esas luces están en documentos de gran valor de Pontífices, de Concilios y Defensores de la fe, así como en las vidas iluminadas por la fe como María, los Apóstoles y los santos de todos los tiempos, que han sido luces que esplenden en medio de tinieblas, devolviendo la alegría y esperanza a la humanidad.
En estas últimas centurias, así como en épocas pretéritas, ha habido vidas verdaderas luminarias como las de un S. Benito, un Sto. Tomás, un Ignacio de Loyola, y hemos tenido cinco Papas que por su testimonio de vida han llegado a los altares. Hemos tenido personas y enseñanzas como un S. José María Escrivá, un Padre Pío, una Madre de Teresa de Calcuta, o un Chiara Lubich Fundadora de la Obra de María, que han difundido luz ante un mundo opacado por la soberbia de rebeldes, pero esplende por el fervor de tantos fieles practicantes.
*Obispo Emérito de Garzón
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