LUIS CARLOS PEÑA MOSQUERA | El Nuevo Siglo
Martes, 29 de Abril de 2014

Encuentro macondiano

Con tal de que alguien se acuerde de una frase mía, yo bajaré tranquilo al sepulcro

Gabriel García Márquez

 

Una tarde de Semana Santa llegó Gabo a la ciudad eterna para participar en una tertulia organizada por sus amigos. Aquí contaría algunas anécdotas de su diario vivir en el planeta Tierra. Entre sus amigos se encontraban Eduardo Carranza, León de Greiff, José Asunción Silva, Luis Carlos López, Álvaro Mutis, José Eustasio Rivera, Jorge Luis Borges entre otros. Fue recibido en medio de numerosas mariposas amarillas que adornaban el hermoso lugar.

Álvaro Mutis, después de hacer una breve presentación del invitado, inmortalizado por su realismo mágico, procedió a darle la palabra, ya que todos estaban ansiosos por escucharlo. Así comenzó su intervención el hijo de Aracataca:

Contó “que en medio de la pobreza ponía a hervir piedras para que los vecinos no supieran que llevaba muchos días de no poner la olla. Mi mujer  advertía que la dignidad no se come, yo le respondía que Dios era mi copartidario.

Desde hace mucho tiempo Colombia yace en una especie de sopor, estragado por innumerables años de historia. Le impresionaba la tumultuosa muchedumbre de los remotos domingos electorales.

También comentó sobre la situación de los habitantes de Macondo, dijo que ellos ya no recordaban las empresas colosales de José Arcadio Buendía, sin embargo, vieron con ojos pasmados de incredulidad la llegada del primero y último barco que atracó jamás en el pueblo. En la proa, con un brillo de satisfacción de la mirada, José Arcadio Segundo dirigía la dispendiosa maniobra. Junto con él llegaba un grupo de matronas espléndidas que se protegían del sol abrasante con vistosas sombrillas, y tenían en los hombros preciosos pañolones de seda, y ungüentos de colores en el rostro, y flores naturales en el cabello, y serpientes de oro en los brazos y diamantes en los dientes, iguales a los que lucía el destacado cantante Diomedes Díaz. 

Fueron ellas las promotoras del carnaval sangriento que durante tres días hundió a Macondo en el delirio.

Remedios, la bella, fue proclamada reina.Todo el mundo sabía el poder de su presencia. El sexto domingo, un forastero apareció con una rosa amarilla en la mano. Oyó la misa de pie, y al final se interpuso al paso de Remedios, la bella, y le ofreció la rosa solitaria. Ella la recibió con un gesto natural.

Aureliano Segundo sintió por él una compasión cordial, y trató de quebrantar su perseverancia: ‘No pierda más el tiempo’, le dijo una noche. ‘Las mujeres de esta casa son peores que las mulas’.

Por último, Dios me advirtió que debía escribir una nueva crónica de una muerte anunciada, se apiadó de mí y me indicó la tarea a seguir, cual era construir un mundo mágico para los ángeles celestiales.

Ahhh, pero en este camino me tropecé con un demonio a carta cabal, que me señaló el infierno como mi último destino. Entendí que también el demonio estaba tentando mis poderes mágicos, como lo hizo con Jesucristo. Entonces, seguí mi camino, dejando de lado el Amor y otros demonios”.