La naturaleza es nuestra madre, que al igual que la Madre Divina, nos contiene y sustenta. Es gracias a ella que podemos crear todo lo que nos rodea.
Los árboles, esos que tumban sin compasión alguna en las grandes urbes tras la búsqueda de un supuesto progreso, nos permiten disfrutar del aire y del agua. Sabemos que los árboles conforman familias, que se comunican entre sí, que no compiten por la luz ni siquiera en la selva más espesa, sino que se abren espacio unos a otros para que a todos les llegue la luz y puedan hacer la fotosíntesis. He construido con los árboles una relación muy estrecha, similar a la que muchas personas tienen con sus mascotas, de profundo amor, de cuidado, a través de interacciones poderosas, pues las mascotas comprenden lo que les decimos y también se hacen entender, muy claramente. En efecto, son familia. Lo mismo me ocurre con los árboles, son parte de mi vida.
Hace algunos años, en una experiencia espiritual profunda, me llegó la información sobre una cita muy importante en mi vida: con un árbol, en Petén, Guatemala. Fui a un mapa y me di cuenta de la inmensidad del territorio de ese departamento guatemalteco, más grande que Belice y El Salvador. Una selva que fue el hogar de la cultura maya clásica, profunda, virgen en una gran proporción. ¿Cuándo iría a Guatemala? ¿Cómo encontrar un árbol en particular?
Las citas hay que cumplirlas y el día llegó. Llegué a Flores, la capital de Petén, una mañana cálida y lluviosa. Iniciaba un intenso fin de semana, con visitas a Tikal y Yaxhá, que además de su atractivo arqueológico implicaban para mí un encuentro.
Caminado entre la selva y los vestigios mayas, nos encontramos, a pleno mediodía. Sentí gran emoción cuando lo vi, una conexión con ese árbol en especial, en medio de millones. Lo abracé, sentí su vibración, le agradecí, le hablé y me dio su mensaje amoroso, que está presente en cada célula que me conforma. Lloré mientras lo abrazaba y no quería despegarme de él; quería prolongar eternamente esa paz infinita que sentí, la plenitud del contacto consciente con todo lo que me trascendía en ese momento.
Todo llega, todo pasa y es preciso soltar las experiencias presentes para poder disfrutar las que vienen en cada minuto, de alegría o tristeza. Hace unos días fui a visitar a otro amigo árbol; ya no estaba. En su lugar había un andén de cemento y un espacio vacío, como el que siento por su ausencia. Ya no veré sus hermosas flores, como tampoco escucharé los pájaros que lo habitaban. También lloré. Sin embargo, la madre naturaleza nos sigue conteniendo, amorosa