En este prekínder existencial que es el mundo, todos somos coaprendientes. Somos maestros mutuos, que nos acompañamos para descifrar los misterios de la vida.
Vivir y aprender son dos verbos para un mismo acto, aunque no sean sinónimos lingüísticos. Aprendemos desde el mismo instante de nuestra concepción y no dejamos de hacerlo, así no seamos conscientes de ello. Aprendemos con nuestros padres y cuidadores, con nuestros hermanos, los amigos de infancia, las mascotas que tengamos, las plantas de la casa, con la lluvia, el viento, el sol, la tierra y el mar. Cuando ingresamos al sistema escolar nos acompañan maestras y maestros, quienes nos guían en el descubrimiento y la comprensión del mundo. Aprendí a leer y a escribir con la profesora Elizabeth, e identifiqué las bahías, los golfos y los nevados con el profesor Nereo. Agradezco hoy a todos mis maestros, pues gracias a su trabajo hoy también soy maestro. La existencia nos plantea hoy más que nunca grandes oportunidades para transformar la manera en que aprendemos y acompañamos a otros a aprender.
Quienes ejercemos la educación estamos llamados a abrir ventanas hacia nuevos mundos. Para ello podemos emprender acciones tanto grandes como pequeñas. Me detengo en las segundas, no porque las estructurales no sean necesarias y urgentes para modificar los modelos patriarcales de educación que se siguen perpetuando, sino porque con acciones puntuales podemos generar impactos gigantes. Trabajemos conscientes del amor como una fuerza vital, la más poderosa de los multiversos, que es a la vez nutricia, firme, contenedora e impulsora. Cuando llevamos la luz del amor a nuestros espacios de aprendizaje podemos verificar el encanto de la vida. Desde esa consciencia de amor podemos aceptar incondicionalmente a nuestros coaprendientes en esas comunidades de aprendizaje que nos abrazan. Aceptar a quien promueve el statu quo tanto como a quien lo cuestiona. Acoger a cada persona con sus luces y sombras, para lo cual necesitamos primero aceptar nuestras propias oscuridades y claridades.
Tenemos un llamado vital a dejar de rotular y a evitar juzgar a los demás por causa de sus singularidades: maximicemos su potencia. Podemos avanzar cada día más en hacer de los espacios de aprendizaje lugares en los que todos ejerzamos verdaderamente nuestro derecho a ser. Fomentemos la colaboración más que la competencia, la solidaridad más que el individualismo. Seamos pacientes para aceptar lo que hay y luego transformarlo. Sigamos siendo inspiración que fomente la multidimensionalidad de la vida más que ejemplo que desemboque en estandarización. Sigamos siendo luz, para que con las otras luces podamos permitir que la vida esté en el centro de los procesos de aprendizaje, individuales y colectivos. Continuemos trabajando por la expansión de la consciencia.