La Constitución señala que a la Corte Constitucional “se le confía la guarda de la integridad y supremacía de la Constitución, en los estrictos y precisos términos” del artículo 241, el que a su vez determina la facultad de la Corte para decidir las acciones de constitucionalidad y, en su numeral 9, “revisar, en la forma que determine la ley, las decisiones judiciales relacionadas con la acción de tutela de los derechos constitucionales” de las personas naturales. Ni siquiera las jurídicas. Abusando de esas facultades y, por supuesto, saltándose a la torera “los estrictos y precisos términos” de la Carta, utilizando como trampolín la tutela, la Corte ha invadido las esferas de otros poderes y se ha convertido en legisladora.
En varias sentencias, pero en especial en la SU016/20, la Corte ha resuelto que los animales son seres sintientes, es decir pueden “'percibir (algo) por los sentidos, especialmente por el oído o el tacto” (DRAE) (de lo que no hay duda) y tienen derecho a que se les proteja de la crueldad. Pero hay que decir que una cosa es que los seres humanos estén en la obligación de proteger a los animales, y otra muy distinta que tengan derechos, que no los tienen.
En la última sentencia la Corte, aunque reconoce que no hay consenso científico en el sentido de que los peces sean sintientes, prohíbe la pesca deportiva en virtud del principio de precaución, es decir, por si acaso. Decidió que: “La finalidad recreativa de la pesca deportiva vulnera la prohibición de maltrato animal derivada de los mandatos de protección al medioambiente y no tiene sustento en las excepciones avaladas por razones religiosas, alimentarias, culturales o científicas”. En realidad, hay que proteger el medio ambiente, incluso los animales, por mil razones en beneficio del hombre, pero no porque sean sintientes.
Pero el punto que quiero analizar es el mismo que plantearon los magistrados disidentes de la sentencia (Cristina Pardo y Jorge Enrique Ibáñez) en el sentido de que abisma la inconsecuencia de los magistrados que la aprobaron, que son los mismos que autorizaron el aborto de los bebés en el seno de sus madres hasta la semana 24 de gestación. En plata blanca, los peces, sintientes o no, tienen más derechos que los bebés.
Sin duda científica, un feto de 24 semanas (seis meses) está formado, tiene cerebro y corazón, puede sobrevivir a un nacimiento prematuro y es sintiente, siente las tenazas del asesino que practica el aborto cuando le trituran la cabeza para extraerlo.
Millones de bebés han muerto desde que la Corte Suprema de los Estados Unidos dictó su sentencia en el caso Roe vs. Wade que autorizó el aborto en ese país, creando una división política que hoy, hace casi 50 años, no han logrado superar. De esa decisión y por su carácter de rebaño, muchos países han permitido el aborto, unos con límites estrictos, otros con menos. Colombia lo autorizó en tres casos, pero acaba de extender la autorización hasta las 24 semanas del embarazo y sin causa específica. Y eso sucede, precisamente, cuando se acaba de filtrar en los Estados Unidos (están aprendiendo de nosotros), un proyecto de sentencia que echa abajo Roe vs. Wade y dice que es un asunto que debe ser regulado por la ley y no por los jueces. Definitivamente vamos en reverso y el “progresismo” nos está matando.
Los magistrados parecen venidos de la estratósfera: son ignorantes, soberbios y abusivos. No quiero decir que no haya más gente con esas características, pero estos cayeron en paracaídas en la más alta corte.