Desde su refugio toscano, un ciudadano italiano, otrora vinculado a Colombia, me envió un mensaje que trataré de resumir: El Comité del Paro asistió a la Casa de Nariño, presionado por la opinión, solo con la intención de salir a comunicar que el presidente Duque se había mostrado insensible ante las demandas populares y, por lo tanto, ellos convocarían a nuevas movilizaciones. El pliego de sus 17 peticiones, por su exagerado populismo, se ha vuelto impopular. Son estoicos y perversos, a la vez. Llamar a más gente a las calles es de una irresponsabilidad criminal tan evidente, que la alcaldesa Claudia López elevó inútilmente su voz para que se detengan, dado el creciente número de contagios de covid-19 que está colapsando tanto a los servicios UCI como a médicos y enfermeras.
Por otra parte, continúa el corresponsal, el presidente Duque repitió su discurso con cifras ciertas, diagnósticos severos, descripciones de la pobreza y el desempleo. Y expuso la bondad de sus logros y propuestas. En sus gestos de humildad se percibe algo de soberbia. Yo diría que algo de soberbia se requiere para imponer el orden, definido como el ejercicio debido y oportuno de la autoridad. Por eso, los colombianos estamos al lado del joven líder, moderno y decidido que en la campaña presidencial citaba el apotegma romano: la autoridad no se negocia, se ejerce.
También, me llegó por WhatsApp una extensa nota de un productor de leche de Don Matías, Oscar Builes Gil, de cuya identidad no puedo dar fe: “… Un pueblo secuestrado y amenazado que tiene que ver como sus empresas, su medio de sustento y la construcción de patria es destrozado, vandalizado, {mira impotente} cómo sus productos se tienen que perder, descomponer y botar por la cañería, como mi leche, porque unos señores sin autoridad constitucional dicen que no se pueden pasar y los que tienen autoridad constitucional, no pueden hacer nada, porque el periodismo con sus comentarios y los que imparten la justicia… les dice que no se puede impedir que nos tengan secuestrados…Con mi leche se está yendo la salud y la vida, no se puede pasar oxígeno, las ambulancias, los medicamentos, las vacunas…”
Asimismo, una muy querida amiga, desde su finca en Risaralda, me dice por el celular: no podemos salir ni a buscar gasolina. Y cuando nos escapamos encontramos colas interminables y al llegar a la gasolinera, vemos el aviso: se agotó. Menos mal que en la finca ternemos comida, pero me siento secuestrada y sin a quien acudir.
Finalmente, cito sin su autorización, un párrafo del exministro Jaime Arias, sobre las protestas de abril y mayo: “…las marchas nutridas, con multiplicidad de actores, desde los sindicalistas, hasta estudiantes, camioneros, taxistas, cabildos indígenas y ciudadanos desencantados, han recorrido las regiones en un coctel de protestas legítimas y pacíficas a las que se agregan actos vandálicos, en el que se expresa rabia, desilusión e incertidumbre…”
Son visiones todas que reflejan el desasosiego ciudadano. Hay temor de futuro y hay decisión de lucha por la historia democrática que hemos construido. Por mi parte, sigo pensando que si el Presidente de la República hubiera visitado a Cali después de despejadas sus vías de acceso y finalizado el insólito asedio, habría surgido un gran movimiento cívico de respaldo a su autoridad legítima qué, extendido a toda la nación, hubiese obligado a los voceros todos de la protesta a dialogar sin el chantaje de un paro tan perjudicial para la economía y para la tranquilidad de la ciudadanía.