María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Enero de 2015

HILANDO FINO

Cuando muere un hermano

Cuando   muere un hermano se van con él parte de los recuerdos, esas vivencias que solo se tienen con alguien así de cercano con quien se compartieron los padres y todos los demás amores que pueblan la vida de un niño.

Se va alguien con quien manteníamos vivo el conocimiento de momentos únicos de nuestro pasado, lugares y secretos familiares, aun sabores preferidos y detestados.

Con un hermano se dan los más fuertes lazos de vida, pues fueron ellos los compañeros de las aventuras y sinsabores de la niñez, con todos sus descubrimientos fabulosos y con todos sus misterios.  Aun en nuestra vejez, ellos representan el recuerdo más tangible de quienes fuimos en los años tiernos, de nuestra procedencia, nuestras raíces, nuestro ancestro.

Tuve la suerte de tener cuatro interesantes hombres como hermanos; todos mucho mayores que yo, todos dispuestos y ansiosos por enseñarme algo. De ellos aprendí, el amor por la historia, el arte, la música, la buena mesa, por nuestra Colombia, sus gentes y sus tierras y, sobre todo, el amor por mis padres y sus ideas. Me enseñaron a ser valiente y leal y a tener el corazón grande, sobre todo, aprendí de ellos a amar la vida, algo que heredamos de papá y mamá, algo que caracterizó su existencia.

Ser la menor tenía muchas ventajas, pues fui su consentida, mas también supe que, casi con certeza, algún día ellos se irían primero y yo tendría que despedirlos para siempre. Así ha ocurrido. De los cinco que éramos ya solo quedamos tres. ¡Así es la vida! ¡Pero quedan tantos momentos inolvidables!

Hoy despido a Rodrigo, el segundo de la familia, el más gocetas, amiguero y parrandero; enamorado de las rancheras y los corridos, capaz de comerse un ají sin parpadear y regalar su abrigo o sus zapatos a quien los necesitara, sin dudarlo ni por un momento; bondadoso en extremo. Gran caminador y excelente jinete, dominaba cualquier caballo con maestría.

Era un hombre de industria y de ideas; el periodista William Calderón dice de él en su leída columna, La barca de Calderón: “A mediados de los años 70, Rodrigo Ospina Hernández, decidió especializar el periódico La República, en información económica, abandonando la anterior orientación política, considerando que en Colombia se requería un producto periodístico de tal naturaleza, inexistente hasta aquel momento no sólo en el país sino en gran parte de América Latina.Fue así como surgió el acertado eslogan de ‘El Primer Diario Económico del País’, modelo del periodismo económico en la región, que seguía los pasos del periódico Wall Street Journal de Estados Unidos”.

Y continúa: “el periodismo económico está hoy de luto, pero, sobre todo, agradecido con este hombre cuya constante actitud fue siempre el desafío, el de saber que se podía hacer algo distinto con un periódico que ya hoy pasa de los sesenta años (…)”.

Yo también estoy de luto, por un excelente compañero de mi juventud, un luto sin llanto, como a él le hubiera gustado, compartiendo su memoria con amigos, mariachis, un tequila o un aguardiente. ¡Un brindis por mi hermano! ¡Rodrigo, allá nos vemos!