MARÍA LUISA PIESCHACÓN CELIS | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Mayo de 2012

A las madres

 

“Amo  a mi madre porque me dio la vida” es una frase que aleja a los hijos adoptados de razón para festejar un día como hoy. No es la fecundación de un óvulo, lo que debe retribuirse el día de la madre, es el amor, la entrega, la crianza, la convivencia, el compromiso de una mujer de asumir el papel íntegro de la maternidad, sobre el pequeño nacido o no de su vientre.

La adopción es un evento que cada día cobra mayor tolerancia y popularización en nuestro esquema familiar. Luego en los colegios, en las empresas, en las comunidades encontraremos adoptados o adoptantes a granel, a los que el lenguaje puede excluir y dañar. La víctima del lenguaje inadecuado suele ser un niño o una niña, que viene luchando desde el vientre el rechazo o el abandono, más adelante su reubicación, luego la adaptación y cuando parece estar situado o situada en su rol de miembro de una familia que ya le es propia, se enfrenta a diario, a enunciados equivocados, que sin duda van en detrimento de su autoestima y seguridad, haciendo inútil el esfuerzo de los padres que con amor y sabiduría han cimentado una relación afectiva satisfactoria con sus hijos adoptivos, intentando llenarles de certeza en la superación de su desarraigo. La radio, la televisión, la prensa, la Iglesia, son frentes desde los que se bombardea a diario al menor adoptado, lanzando cientos de frases que al niño o niña con historia de vida ligada a la adopción, le menoscaban duramente el difícil proceso de aceptación y hacen tambalear su resultado.

Se han preguntado, ¿qué siente un o una menor, cuando escucha?: “Fulanito no se parece a nadie, parece recogido”, “La sangre tira”, “Cómo no amarlo si es pedazo de mi carne”, “Lo amo desde el vientre”, “Adoro que tenga los ojos de la abuela”, “Mi amor es tan grande como el dolor que me produjo parirlo”. Todas estas expresiones son nocivas y no del todo ciertas. No es difícil encontramos con hijos adoptivos con características físicas, gestos, formas de caminar y hasta talentos adquiridos en el seno de la familia adoptante; igual la sangre no es la que se ama, si así fuera no encontraríamos tantos hombres incautos que aman con locura los hijos nacidos de la infidelidad de su esposa, creyéndolos propios; tampoco es cierto que se ame a un hijo desde el vientre, lo que se ama en ese momento es la maravillosa expectativa de que va a llegar a sus brazos, tal como aman los adoptantes la de recibir su hijo anhelado; y la premisa de amar por el recuerdo del dolor suena malsana y en nada gratificante.

Por eso se propone excluir de nuestro lenguaje aseveraciones tan poco virtuosas y contribuir a formar conciencia en niños y niñas que crecen con padres biológicos y a la edificación de familias que optan por la alternativa de la adopción para construir su estirpe.

marialuisap@etb.net.co