Hay una “recesión democrática” en América Latina, concluye el más reciente Latinobarómetro, al confirmar una tendencia que ha venido agudizándose durante los últimos años. Tendencia que, en rigor, y según todos los termómetros que de alguna forma miden la temperatura de la democracia, no es exclusiva de la región. La democracia parecería estar en recesión en todo el mundo, incluso allí donde hasta ahora se ha dado por sentada; y donde no hay recesión, hay en todo caso una erosión que afecta no sólo a la democracia, sino al funcionamiento y vigencia del Estado de Derecho -sin el cual, huelga recordarlo- no puede haber auténtica democracia.
Según el Latinobarómetro, el apoyo a la democracia pasó del 63% en 2010 al 48% este año. El 28% de los latinoamericanos es indiferente frente al régimen político de su país: les da igual que haya o no haya democracia. El 17% estaría dispuesto a aceptar un régimen no democrático, si ese régimen se muestra capaz de “resolver” los problemas que los agobian. El 69% está insatisfecho con la democracia (los menos satisfechos son los peruanos, los ecuatorianos y los venezolanos; los más satisfechos son los salvadoreños -un dato que llama poderosamente la atención- y los uruguayos -un dato que no la llama tanto-. Que el 61% rechace en cualquier circunstancia un gobierno militar no alcanza a equilibrar la balanza (resulta imposible desdeñar lo que representa el 39% restante).
Es un panorama desolador para una región que, tras dolorosos extravíos, apostó como lo hizo por la democracia, hasta alcanzar una convergencia sin precedentes en su historia. Una región que reconoció sin ambages, en 2001, que “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla” y que la democracia “es esencial para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de las Américas”.
Resulta desconsolador, además, que en América Latina sean los jóvenes los que menos apoyan la democracia, los más indiferentes frente a la forma de gobierno de su país, y los más dispuestos a aceptar el autoritarismo.
Acaso la región está experimentando la llamada “paradoja de Marquard”, planteada alguna vez por el filósofo alemán Odo Marquard, según la cual “Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye”.
Porque, con todas sus limitaciones, y a pesar de las tareas pendientes y la persistencia de problemas que lastran su ampliación y consolidación, el avance logrado por América Latina durante las últimas tres décadas -en sus instituciones, su economía, y su sociedad- es innegable. Pero los latinoamericanos le están dando hoy una importancia creciente a las sobras, a las cosas que no han mejorado, a la negatividad que aún queda. Y de eso se aprovechan los redentores progresistas, los mesías del cambio, los refundadores populistas, los enemigos de la democracia.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales