El año próximo habrá elecciones en 76 Estados cuya población, sumada, representa el 51 % del total mundial. Unas serán nacionales y otras regionales; unas presidenciales y otras legislativas, y en ciertos casos se definirá en ellas la conformación de ambos poderes. Algunas serán democráticas: competitivas, libres, incluyentes, transparentes y, suficientemente confiables. Otras no serán más que farsas teatrales, simulaciones para disfrazar de legitimidad la ilegitimidad de algunos regímenes: rituales electorales sin contenido y con resultados desde ya previsibles.
Estas distinciones son importantes: aunque a veces se pase por alto, por descuido o por mala fe, las elecciones son necesarias, pero no suficientes, para que haya democracia. Además, la calidad de la democracia no es igual en todos los sistemas políticos que merecen, a pesar de sus limitaciones, ese nombre. A la luz del Índice de Democracia de The Economist, sólo en 43 de esos 76 países las elecciones serán propiamente democráticas.
Más allá de su evidente importancia interna, algunos de estos comicios tendrán, potencialmente, repercusiones internacionales e incluso globales. Las elecciones que se realizarán en Taiwán, Rusia, India, y Estados Unidos generan una enorme expectativa y alimentan toda especie de cábalas. No es para menos: ¿cómo recibirá Pekín el veredicto de los taiwaneses? ¿Qué traerá para la guerra en Ucrania y la seguridad europea el más que probable quinto mandato de Putin? ¿Refrendará Modi no sólo su aplastante popularidad, sino su proyecto indonacionalista? ¿Volverá Trump a ser grande otra vez, en qué condiciones, y con qué consecuencias para la sociedad y la política exterior estadounidenses?
El balcón estará para alquilar también en América Latina. México elegirá su primera presidente entre el obradorismo y lo otro (lo que quiera que sea que cada uno signifique). Haciendo maromas constitucionales -que habrá que ver qué tipo de maromas diplomáticas suscitan-, Bukele parece decidido a apostar por la reelección con prácticamente todo a su favor.
Habrá elecciones presidenciales también en Panamá, República Dominicana, y Uruguay. En una región donde la afinidad ideológica entre los gobiernos parece definir tantas cosas, tras el triunfo de Javier Milei, y vista la turbulencia que rodea el traspaso de poder en Guatemala, ninguna elección es irrelevante. Capítulo aparte merecen las elecciones venezolanas, si tienen lugar, de las que, al menos por ahora, no cabe esperar sino la repetición de una historia ya contada.
Ninguno de los grandes protagonistas europeos celebrará elecciones generales el año entrante. Pero, como están las cosas, lo que pase en uno de los 27 podría afectar al conjunto de la Unión y la sintonía de la que depende para abordar funcionalmente cuestiones sensibles. Además, no debe descartarse el anticipo de elecciones en alguno de los regímenes parlamentarios de Europa cuyos gobiernos navegan en aguas turbulentas.
A medida que la guerra en Israel y Gaza vaya alcanzando su punto de inflexión, se definirá la suerte de Netanyahu y su gobierno, que a juicio de algunos son, hoy por hoy, un muerto viviente. Es posible, entonces, que algo más de medio mundo acabe en 2024 concurriendo a las urnas… Vaya uno a saber con qué resultados y con qué consecuencias.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales