Casi a diario tengo que controvertir la opinión de personas ilustradas que me aseguran que lo que está haciendo Gustavo Petro es lo que hizo Chávez. Destruir el país, comenzando por su enorme riqueza petrolera. Empobrecerlo. Hasta el punto de encontrar satisfacción en que más de cinco millones de venezolanos constituyan hoy una de las diásporas más grandes en el mundo y, sin duda, la mayor en la historia de América Latina.
Por el contrario, he sostenido que el presidente Petro está buscando mejorar muchas situaciones y que alega, apropiadamente, que propuso un gobierno de cambio, que esa propuesta ganó y que eso es lo que está haciendo. Y muestro cómo la mayoría de los partidos políticos viejos y nuevos resolvieron formar parte de la coalición de gobierno para facilitar la gobernabilidad tan necesaria para ese proceso de cambio.
Pero el supuesto de todos esos apoyos no era la renuncia a opinar sobre esas propuestas ni, mucho menos, la aceptación de que ello pudiera ocurrir por vías inconstitucionales o ilegales. Y en ningún caso, por fuera de nuestras tradiciones democráticas. Que reconocía que Petro había llegado a la Presidencia como un jugador respetuoso de los procesos democráticos. Que había respetado perder y ganar en las elecciones, así hablara infundadamente de un fraude de más de dos millones de votos. Que había respetado la tarea de los congresistas y que él mismo se había lucido como uno de los mejores. Que, en su momento, y no obstante su rechazo a la decisión del Procurador General, aceptó abandonar la Alcaldía de Bogotá, la que luego reasumió por decisión de uno de los Organismos del Sistema Interamericano de Derechos Humanos y una decisión concurrente del Presidente Santos.
El primer semestre de su gobierno se ajustó a estas expectativas con respecto a un presidente demócrata que llegó a la Presidencia en virtud de un proceso electoral complejo y no como el resultado del triunfo de una guerrilla. Juró cumplir la Constitución y las leyes. Nada nuevo.
Este semestre se anuncia como uno de radicalización de sus posturas políticas. Como que se muestra intransigente, o autoritario o despectivo con respecto a los procedimientos constitucionales del debate democrático. Y por eso llevamos ya varias semanas con la preocupación enorme con respecto al comportamiento democrático y no populista del presidente Petro. Preferimos verlo conversando con el fiscal Barbosa, y no anunciando que le llevará el pueblo al frente de la Fiscalía para forzar algunas decisiones. Que respete plenamente la capacidad deliberativa y decisoria que le otorga la Constitución al Congreso es lo que hoy se reclama.
Por lo menos durante tres décadas se ha implementado un Sistema de Salud que desde sus comienzos mereció los mejores elogios de instituciones tan respetables como el Banco Mundial. Ahora exministros de salud que han convivido con el sistema y han hecho esfuerzos enormes para corregir deficiencias, es el caso de Alejandro Gaviria, han señalado, con el mejor espíritu, los enormes riesgos de la propuesta gubernamental y el expresidente Gaviria, quien propició el sistema existente, ha dicho en forma contundente que esta reforma no es el mejor camino. Y así de otras personas e instituciones que tienen el conocimiento y la autoridad para pronunciarse. Ojalá Luis Jorge Garay les aconseje un excelente sistema anticorrupción.