Esta paz que persigue Colombia y que se ha convertido en un anhelo nacional, está en medio de un remolino, del que seguramente no se salvará, ni siquiera con el blindaje jurídico que le impartió la Corte Constitucional y del cual depende todo el sistema de “Verdad, Justicia y Reparación”, para garantizar los derechos de las víctimas.
La paz ha sido el “trompo de poner”, desde siempre en Colombia. Hay grandes poderes que la torpedean, porque quieren seguir disfrutando de los beneficios que les genera la guerra. Esos grandes poderes engañaron a los colombianos durante el plebiscito y las elecciones del 2018. Cuentan con todo y, de ese todo, hacen parte los “robotinos y robotinas”, con los que se viola la privacidad de la ciudadanía y se invade las redes sociales. Qué desigualdad y qué infamia contra una sociedad ingenua que, desprevenida y confiada, deja sus mentes al servicio del ejército de hackers que poseen los enemigos de la convivencia.
Colombia asistió a un debate entre amigos y enemigos de la paz en el que el “eterno” y su mesnada sin piedad la convivencia y la destrucción de los acuerdos que se lograron en La Habana. Las trizas, trizas y risas, o como quiera calificarse esa fobia a la paz, arreciaron. Prueba de ello, es el galimatías en que nos encontramos. Aunque se esperaban las objeciones que anunció el Presidente Duque, a nadie escapaba que esos “seis lunares” o puntos negros, fueron pregonados anticipadamente, con astucia, burla e ironía por el senador Uribe, quien logró así consagrar sus aspiraciones y dar el paso y grito triunfal sobre la justicia colombiana, a la que chuzó y desacreditó y aborreció tanto durante ocho años.
Ahora el país está en vilo, porque se pretende destruir la paz, los organismos que la mantienen y de paso herir de muerte la separación de poderes que garantizan la democracia. Caemos cada vez más abajo, podría decirse que pisamos el último escalón, porque el uribismo ha irrumpido con todo su poderío y deseo de venganza.
La batalla será campal por todas las aristas del derecho. La leguleyada arrecia y los picapleitos se enfrentan a los letrados, para buscar prebendas, canonjías y ventajas. Reaparecerá sin pudor alguno esa mermelada que está al acecho, para embadurnar a débiles legisladores fuera de nómina.
Entre tanto, paramilitares, disidentes, fabricantes de guerra y demás mafias de cizañeros, se frotan las manos, mientras las víctimas de este conflicto -que sí existió y sigue existiendo en Colombia- ven con perplejidad como la “verdad, reparación y no repetición”, se esfuman del panorama y entierran la paz estable y duradera que perseguíamos. La verdad está perdiendo un nuevo asalto porque sus enemigos siguen agazapados para escapar a la JEP y a la Justicia Ordinaria. Pese a los llamados de la Onu y tantos organismos de la sociedad universal, estamos abriendo las puertas a la impunidad.
BLANCO: La aparición del derecho de réplica.
NEGRO: Sin Gloria Zea la cultura queda huérfana.