El miedo es tan antiguo como la misma humanidad. “Tuve miedo” fue la respuesta de Adán cuando Dios salió a recorrer su paraíso y le preguntó dónde estaba. Y hoy en día multitudes enteras viven con miedo. Algunas personas saben el porqué, pero quizás la mayoría no sospecha siquiera cuál es la causa de ese sentimiento paralizante. Y es también una sensación que le quita mucho a la famosa calidad de vida. Hombres y mujeres de nuestro tiempo toman pepas y más pepas para espantar, aunque sea temporalmente, el temor que los acompaña día y noche. Pero otros, arrinconados por este enemigo implacable, se tornan siempre agresivos como tratando de acabar con la que pudiera ser la causa de su mal. Uñas comidas, acidez de la garganta hasta el intestino, sudoración imparable, temblor incontrolable son apenas algunos de los signos que nos recuerdan a diario que el miedo tiene un reino muy grande.
¿Por qué una época como la nuestra, orgullosa de sus mil avances en todo sentido, ha venido a ser la que quizás con más miedo ha impregnado la vida humana? Los miles de cámaras que nos miran sin cesar, la variedad de armas anti-todo que se consiguen en la esquina, las toneladas de medicinas y la infinidad de tratamientos que se nos ofrecen ante la enfermedad, los códigos de centenares de páginas, las leyes que se producen por resmas, parecen estar produciendo el efecto exactamente contrario al pretendido. Nada nos da tranquilidad, sino todo lo contrario. Esos inventos mil no han logrado otra cosa que obsesionarnos con la inseguridad, con la enfermedad, con la soledad, con el abandono, con el fracaso, con el desempleo, con la pobreza amenazante y muchos otros monstruos que flotan en la atmósfera vital. Y el teléfono celular parece la herramienta ideada por el demonio para mantener a la humanidad pensando en que algo puede estar mal y que debemos saberlo inmediatamente.
Pero en realidad quien puede producir el miedo es el ser humano. La naturaleza a veces asusta por su poder. Pero el hombre es quien puede causar pavor en los demás. Y el hombre de nuestra época es capaz de causar mayor temor. Es un ser que ha perdido el sentido de los límites, que se comporta frecuentemente en forma salvaje, que le cuesta trabajo ver en el otro un hermano y lo mira más bien como presa. El mundo actual ha generado una condición humana que parece capaz de infundir miedo desde el mismo día de su nacimiento, ¿o es que muchos padres no temen a sus hijos en la actualidad? Y así, en general, el ambiente en que navega hoy la creatura humana tiene mucho de aquel infierno descrito por Dante en la Divina comedia.
“No temas”, le dice el ángel a María en el momento de la Anunciación. Y después lo repetirá Jesús en no pocas ocasiones a sus apóstoles y discípulos: no tengan miedo. Recomienda la perseverancia –en la fe- para superar la etapa del temor. El haber soltado la mano de Dios me parece que nos ha llevado a sentir un desamparo que en verdad produce miedo. Bastaría con estirar de nuevo la mano y allí estará esa mano que llamamos Providencia para asirnos y recuperar el sosiego. Y ese día Dios ya no tendrá que preguntarnos dónde estamos.