Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Diciembre de 2014

Peregrinantes al portal de Belén

 

Siendo el nacimiento de Jesucristo, como pequeño niño, en el portal de Belén, lo central de las festividades navideñas, qué bien seguir los pasos y sentimientos de quienes lo acompañaron allí aquella noche tan trascendental para la humanidad entera. Una Navidad sin que ese Niño sea el, centro de las festividades es algo vacío, sin  luz  ni calor. Seamos hoy peregrinos a ese portal santo pero con alegría e impulso a seguir entusiastas, a quien su presencia entre humanos fue resumida en glorificante expresión: “pasó por el mundo haciendo el bien”  (Hech. 10.38).

Primeros peregrinos, al tiempo que protagonistas compenetrados de aquellas magnificas realidades, fueron la Virgen nazaretana, “llamada María”, desposada con el humilde carpintero “llamado José” (Lc. 1,27). Ellos peregrinan desde Nazaret a Belén, en gesto de obediencia a censarse en esa pequeña ciudad que tuvo el honor de ser cuna de David, el más grande de los reyes de Israel, de cuya familia eran descendientes (Lc.2, 1-4). Allí, al no haber sido acogidos en las casas buscan albergue para el Niño por nacer en una pesebrera de animales, en la cual la encantadora madre lo “envuelve en pañales” y lo acuesta en el sitio de comer de irracionales (Lc. 2,12) . Sin pretenderlo estaban realizando lo anunciado, siglos antes, por el profeta Miqueas que anuncia el lugar de nacimiento del Hijo de David, superior a él, que “pastoreará firme a su pueblo con la fuerza de Yahvé” (Miq. 5,1-3). Esa profecía sería guía a los Magos del Oriente para localizar al recién nacido, “Rey de los judíos”, en la persona del “Niño” que estaba con “María, su madre” (Mt. 2,5 y 11).

Nuevos y celestes peregrinos fueron los ángeles que invisiblemente habían  acompañado el nacimiento de Jesús, y que, como todo el que es conocedor de ello, dan la gran noticia a sencillos pastores de la comarca a quienes anuncian la “gran alegría” que: “en la Ciudad de David” “ha nacido un salvador que es el Cristo Señor” (Lc. 2,8-11). Es ese, el gran anuncio para el pueblo de Israel, y para toda la humanidad. Es, enseguida, cuando un “ejército de ángeles” alaba a Dios por el envío de su Hijo para salvar a la humanidad, festejando ese hecho grandioso con ese himno inmortal que tributa alabanza al Altísimo, y súplica ante Él de algo tan indispensable para los hijos de Adán:

 “Gloria a Dios en las Alturas y en la Tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lc. 2,13-14).

Nuevos peregrinos hacia el portal son los pastorcitos, que, sin la vacilación de los soberbios, aceptan el mensaje celeste (Lc. 11,25). Dicen a una voz: “¡Vamos a Belén, a ver lo que  ha sucedido y el Señor nos ha manifestado!”. Van presurosos y “encontraron a María y a José y al Niño acostado en un pesebre”. Constata el Evangelio que no se fueron silentes, sino que “contaron lo que les habían dicho acerca de aquel Niño”, las humildes de su ambiente “se maravillaban de lo que los pastores les decían” (Lc. 2, 15-18).

Pero en pos de estos peregrinos, del pueblo de Israel, Dios convoca también a unos “sabios del Oriente, ciertamente de alma sencilla y abiertos a los mensajes divinos, quienes acuden a adorar a ese Niño como el anunciado “Rey de los judíos”, por la estrella que les anunciaba su nacimiento (Lc.2,1-2). En contraste, el soberbio Herodes se confunde, y busca acabar con el mismo Salvador (Lc. 2,7-8). Estos nuevos peregrinos, habiendo adorado a Jesús,  confortados con ese don inapreciable, “se retiraron a su tierra por otro camino”.(Lc. 2,12).

Ahí están esos afortunados peregrinos, que hoy, después de 2014 años, nos están mostrando la infinita alegría de acudir en torno del portal de Belén con alma limpia y confiada. ¿Acudiremos allá como José y María, como los pastorcitos o los Magos, o con la indiferencia de los habitantes de Belén o el alma enceguecida del rey Herodes?

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.