Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Febrero de 2015

DELICADA LABOR

Ante parejas en dificultad

Doce  años he consagrado a la delicada labor de dar justa y materna respuesta, de parte de la Iglesia, a parejas matrimoniales en dificultad. Después de haber adelantado estudios canónicos, enseguida de mi ordenación sacerdotal, en la bien cotizada Universidad Lateranense de Roma (1956 a 1959), y de haber estado en amplio período de labores pastorales como Sacerdote (1959 - 1972) y como Obispo (1972 - 2003), me pidió el Episcopado Colombiano (11-02-03) ponerme al frente del Tribunal Ecco. Nacional. En él he servido con responsabilidad y amor en esa tarea de definir la situación de validez o no de su matrimonio a parejas casadas ante la Iglesia que han fracasado, pero que con fe y deseo de un vivir a la luz de ella,   acuden a tener respuesta autorizada, a tenor de las sabias normas de esa venerable entidad.  

Tiene la Iglesia sus tribunales, cuidadosamente organizados, para dar la mano a un buen número de parejas (hombre y mujer) que con recta intención, o presionados, unieron sus vidas bajo la bendición de Dios en ese Sacramento “gran misterio” como lo señala S. Pablo (Ef. 7,32), pero sin las condiciones requeridas para su validez como debidas libertad y reflexión. Se acercan otros contrayentes sin capacidad “por causas de naturaleza psíquica” de asumir las obligaciones matrimoniales (Canon 1095), o bajo impedimentos y circunstancias que hacen nulo ese sagrado contrato. En doble instancia son examinados esos matrimonios para dar, con gran responsabilidad, respuesta autorizada.

Existe en Colombia, por creación de la Santa Sede, desde 1970, un Tribunal Único para Segunda Instancia, para que aquí mismo, sin necesidad de ir hasta la Rota Romana, se resuelvan con un segundo fallo las causas que en Primera Instancia han sido fallados en ocho (8) Tribunales Regionales, que existen en nuestro país. En este Tribunal Nacional he estado dedicado por estos años, al lado de otras labores pastorales, a la tarea gratificante de definir, sin tardanza, y sin demasiados costos, esa situación de primordial importancia para personas de fe cristiana católica.

La institución matrimonial une a las parejas (varón y mujer) en singular alianza, “en consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”, como lo afirma el Código de Derecho de la Iglesia (C. 1055). Es, ante ella, algo que, por esa realidad, se sale de la voluntad de los particulares. Tiene, por ello, su normatividad, cuya aplicación está, para quienes con fe y respeto acuden a precisarla bajo su  autoridad.

Para atender a parejas que asumieron el sagrado vínculo matrimonial, por fe y por exigencia de una sociedad que aprecia la voz de Cristo y de su Iglesia, pero que al hacerlo algo falló para que fuera válido, nos dedicamos centenares de personas, debidamente designadas, para atender su situación. En nombre de Dios y de la Iglesia les damos autorizada respuesta sobre su validez o no. Ante la Iglesia no hay divorcio, ni anula ella un matrimonio, sino que declara nulidad, si ésta se ha dado desde el principio por impedimento o por circunstancia anulante. Esa es la delicada tarea que desempeñamos en los tribunales, labor pastoral de especial importancia, por el trato que merece el matrimonio como base de esa entidad tan respetable y necesaria en sociedades bien organizadas como es la familia.

Ya estoy culminando en este Tribunal mi cargo de primer directivo de él, como Vicario, con gran satisfacción del tiempo consagrado a estas tareas, con sincera gratitud de las parejas, que, a conciencia, han acudido a él. En servicios ministeriales y pastorales de mi Iglesia, y compartiendo mis ideas a generosos lectores en páginas de respetables diarios, proseguiré, bajo la asistencia divina, mientras esté en grado de “servir con alegría y esperanza”.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente Tribunal Ecco. Nal.