MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Noviembre de 2012

Con verdad, justicia y amor

 

Como  contribución al bien general he reclamado por las frecuentes “injusticias contra la justicia”, que infortunadamente se dan desde los estrados y  personas de quienes se espera el mayor respeto a esa sagrada virtud, que, al practicarla, trae los mejores frutos, y que es único  camino hacia la paz. Dar con verdad y amor a cada persona lo que corresponde de parte de sus congéneres, y de las autoridades, reclamar los propios derechos pero con respeto a los que tienen los demás, esa es benéfica disciplina que marca severo pero indispensable bien:la justicia.

En los distintos pueblos y naciones se tendrá progreso, alegría y paz, sí se le da cabida a una recta, vivencial y armónica justicia. Entre los pueblos, aun los más primitivos, se va llegando a la experiencia de que la llamada “ley del más fuerte”, o la aplicación de la “justicia por mano propia”, sin decisión de una legítima autoridad, no dan la armonía y paz que reclaman las comunidades. En el ámbito de lo religioso, y para comunidades de gentes con rectitud de vida, como deben ser las de la Iglesia Católica, es anhelo y precepto que se obre en un estilo de justicia, iluminado por la verdad y animado por el amor.

A cada paso se echan en cara a la Iglesia abusos y desaciertos que hubo, innegablemente, en la época de la “Inquisición”,institución creada con el propósito de defender a la humanidad del nocivo mal de ideas consideradas de grave perjuicio general y de los perniciosos daños que trae la brujería y la superstición. Así la aplicación de las penas estuviera en manos de entidades seculares, y no de la propia Iglesia, de los abusos cometidos y de errores en las condenas no se puede ésta excusar plenamente. Sin embargo, una aplicación ponderada y solícita de la justicia, en sus diversos estamentos y hacia los distintos frentes de aplicación, sí es la verdadera cara de la que, a pesar de sus fallas humanas, ha sido considerada como “Madre y Maestra de los pueblos”. Y ese es decidido empeño hoy por hoy.

En el trato del doloroso tema de los sacerdotes que tristemente han caído en el execrable delito de abuso de menores, ha tenido la Iglesia la delicada tarea de afrontarlo con la severidad que reclaman, pero, al tiempo, siendo cuidadosa de la verdad no pocas veces alterada por intencionados propósitos.  Ha buscado, también, con amor dar oportunidad de superación a unos hijos, sean ellos consagrados o laicos, entre los cuales hay tantos que fallan, ubicados en las distintas profesiones. Son circunstancias que reclaman actuar, con verdad, justicia y amor, que deben ir hermanadas.

Especial cuidado, ecuanimidad y amorosa actitud, se reclama en la Iglesia cuando se trata de dar la mano a parejas que por fe en sus principios y consciente sumisión acuden a ella para resolver sus problemas matrimoniales de posible nulidad de un vínculo adquirido ante Dios, ante sus representantes visibles en la Tierra. Quien pertenece a una asociación, civil o religiosa, ha de resolver sus situaciones que tienen repercusiones en la comunidad, como el matrimonio, no por su propio arbitrio sino dentro de normas y ante personas legítimamente señaladas para dar definiciones.

Los Tribunales de la Iglesia, y en Colombia hay 8 Regionales y 1 de Apelación, con gran ánimo de servicio pastoral, y dentro de las prescripciones que ponderadamente se han establecido, cumplen con solícita rectitud su misión de dar la justa respuesta a quienes con filial confianza acuden a ellos. “La salvación de las almas” es el propósito de toda la legislación de la Iglesia, y ha de ser siempre su “ley suprema” (C. 1752). Dentro de estas líneas, susceptibles a las fallas humanas, se trata de dar ejemplo, y dar respuesta con “certeza moral” (C. 1608), y que, allí, esplendan siempre la verdad, la justicia y el amor.  

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional