A propósito de la Carta del 91 (XIX)
El final abrupto de la Convención de Ocaña, por tan radical oposición entre “bolivarianos” y “santanderistas”, y la decisión subsiguiente de Bolívar de asumir poderes dictatoriales, enardecieron los ánimos en Bogotá, y, elementos de lado y lado, de amigos de Bolívar y de Santander, llevan a provocaciones con acento exacerbado hasta llamar al Libertador “tirano abominable”. Esa grave tensión desembocó en una de las páginas más tétricas de nuestra historia “la conspiración septembrina (25), De allí milagrosamente se libró el Padre de la Patria, gracias a la astucia de Manuelita Sáenz, que despistó a los conspiradores y alentó a Bolívar a lanzarse a la calle. “Queréis matarme de gozo, después de haberme visto próximo a morir de dolor”, dijo él en la mañana a los generales amigos que fueron a buscarle. Bolívar propone perdón general, pero hay doce ejecuciones, y a Santander, señalado como al menos cómplice de aquel atentado, se le conmuta el cadalso por el destierro.
Superado ese crucial momento, que laceró el alma del Libertador, vinieron nuevos graves hechos que turbaron su ánimo y la paz de la Republica. A poco de haberse organizado el Perú como Republica independiente, gracias al decidido apoyo de Colombia, su Presidente La Mar tuvo actitudes beligerantes contra el país de sus libertadores. Enterado de las dificultades políticas internas de la Gran Colombia, pensó que podía apoderarse con su ejército de Guayaquil, pero, encargado Sucre de detener esa invasión, le hace firme enfrentamiento a esas tropas (27-02-29) en el Portete de Tarqui (cerca a Cuenca), en sangriento combate, con derrota de los peruanos, y, de nuevo, con generosa capitulación de Sucre.
Otro hecho doloroso, que hiriera el corazón de Bolívar fue la rebelión en Antioquia, de su querido general, “Héroe de Ayacucho”, José María Córdoba, contra el nuevo estilo de gobierno, especialmente contra el Consejo de Ministros que gobernaba en ausencia de Bolívar, por estar en el Sur atendiendo problemas. El Consejo envió tropas al mando del general Daniel O´Leary, y, ante desafiante y no plegada reacción de Córdoba, fue ultimado a sablazos (17-10-29).
Desde que Bolívar reasumió el mando (01-07-1828) convocó nuevo Congreso para 1830, el cual, efectivamente, se instaló el 20 de enero, en donde se abrían nuevos pasos hacia nueva Constitución del país. Lo instaló personalmente Bolívar, titulándolo “admirable”, por la calidad y el buen número de integrantes, fue presidido por el mariscal de Ayacucho, Sucre, y por el obispo Estévez de Santa Marta. Bolívar presentó allí renuncia, que no fue aceptada, pero se retiró a descansar y se encargó del mando el general Domingo Caicedo, presidente del Consejo de Ministros. El Congreso aprobó nueva Constitución, pero no entró a regir pues vino, enseguida, la disolución de la Gran Colombia. Se eligió allí a don Joaquín Mosquera como presidente de la República y al general Caicedo como vicepresidente, quienes entraron a ejercer el mando en el mes de junio.
Acompañando al Libertador, que encarnaba el alma nacional, y en cuya mente y corazón estaba buscar con hechos y leyes el bien de las naciones llevadas por él a su independencia, nos hallamos el 2 de junio de 1830, con nuevo dolor que laceró su alma cuando habiéndose despedido de sus amigos de Bogotá (08-05), iba en Cartagena rumbo a Santa Marta. Fue el asesinato del general Antonio José de Sucre, en las montañas de Berruecos, ante lo cual exclamó “¡Han matado a Abel!”. (Continuará).