“Papa hace lo suyo, pero ¿y nosotros?”
Se han completado cinco años del pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. Sin duda es hombre que ha despertado inmensa admiración en el mundo del cual tenemos noticia. Su modo de ser, sus gestos y sus enseñanzas han tocado a millones de personas. Ha reflejado ser un hombre austero, sencillo, simpático. Sus enseñanzas han tocado temas tan sensibles como el del medio ambiente, las discusiones de género, la situación de los matrimonios sacramentales rotos, la situación de los jóvenes, etc. Y se ha convertido en vocero de colectivos que pocos tienen en cuenta como los migrantes, los ancianos, los marginados, los que quieren la simplificación y purificación de la Iglesia. Y, como buen profeta, tiene también bastantes oponentes, lo cual no hace sino confirmar que está cumpliendo la misión recibida de Dios y de sus hermanos obispos.
Pero toda la admiración que ha suscitado Francisco no quiere decir necesariamente seguimiento. No todos los que lo admiran por su “reforma” de la Iglesia, han reformado su vida personal. Deben ser muy pocos los poderosos que oyendo sus discursos sobre el medio ambiente se han atrevido a tocar los grandes intereses que exprimen el planeta sin compasión. Tampoco parecen ser demasiados los que, viendo su opción preferencia por los pobres, han hecho lo mismo con sus recursos para favorecer a los abandonados de la fortuna. Y dentro de la Iglesia, donde hoy ha vuelto a tomar un auge inusitado el amor por el derecho canónico, con toda seguridad muchos siguen viendo con indolencia a los que necesitan más misericordia y menos letra de la ley. No basta con admirar al papa pues no ha sido elegido para eso, sino para enseñar, dar ejemplo y lograr que la conversión de la gente se dé realmente.
Así como las comunidades suelen tener sus chivos expiatorios para resolver falsamente sus problemas, a veces sucede lo mismo con el bien: como que se delega su realización en alguien o en algunos o acaso en instituciones. Puede suceder eso actualmente con el Santo Padre. Que él se encargue de los migrantes, qué él resuelva la situación de los separados, que él abogue por el medio ambiente, que él reforme la Iglesia y los demás aplaudimos desde la tribuna, mientras nuestra vida sigue tal cual como siempre. La soledad del profeta. Los evangelios son agudos para señalar que Jesús no se fiaba de la gente, seguramente porque percibía con toda claridad que una cosa eran los aplausos y palmaditas en el hombro por sus enseñanzas de “avanzada” y por sus milagros, y otra muy distinta que toda esa gente estuviera pronta para vivir de otra manera, es decir, según la voluntad de Dios.
A todos los que sienten admiración por el papa Francisco cabría preguntarles hoy si esa admiración los ha hecho transformar sus vidas en algún aspecto concreto o si no es más que mirada de farándula. Solo con leer lo que ha escrito el papa en estos cinco años de servicio a la Iglesia y al mundo bastaría para encontrar muchísimas ideas para que la vida de las personas y de la sociedad sean de otra manera, nueva y positiva. O mirar sus gestos y acciones concretas podría convertirse en fuente de inspiración para nuevos modos de actuar. El papa está haciendo lo suyo y lo hace bien y nada más puede hacer. Pero hay que bajar a la arena a torear con él.