Nuestra cita | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Septiembre de 2021

La muerte es nuestro destino en este plano físico, en estas tercera y cuarta dimensiones donde vivimos la cruz de espacio y tiempo.

No tiene mucho sentido preguntarse qué muerte es más dolorosa, si la de un hijo, la de un padre o la de un amigo.  Entrar a precisar esto sería caer en el terreno de las comparaciones estériles -y por demás irrespetuosas-, pues cada ser humano es un universo único, con sus propias manifestaciones del ego, sus comprensiones singulares y sus zonas de confort y aprendizaje.  Tengo personas muy cercanas que han integrado y resignificado los decesos de sus hijos, emprendiendo nuevas formas de transitar la existencia. 

También, hay otros amigos que se han derrumbado ante la partida de alguno de sus padres y para ellos es como haber perdido el norte.  Hay todo tipo de experiencias en el amplio espectro humano, todas con cuotas de dolor, algunas con más o menos sufrimiento.  Como creo que nadie muere antes ni después de lo que corresponde, también creo que cada experiencia de atravesar el umbral de la muerte tiene sentidos profundos, no solo para quien fallece, sino para quienes seguimos encarnados.

Por supuesto, es diferente que mis seres queridos mueran de viejos a que la parca llegue vestida de alguna enfermedad terminal, un accidente o como resultado de algún tipo de violencia.  Nos puede parecer más difícil de integrar la muerte de alguien joven, alguien que suponíamos nos iba a enterrar a nosotros.

Nada sucede por casualidad sino por sincronicidad, lo cual implica que cada muerte conlleva aprendizajes vitales.  ¿Qué podemos aprender? A valorar más cada momento de la vida; manifestar nuestro amor sin restricciones y en presente; soltar los apegos por las cosas materiales -importantes, pero que se quedan aquí cuando trascendemos-; soltar los apegos por quienes se van. Cuando un allegado muere, nuestro dolor es más por nosotros mismos, que habremos de vivir con la ausencia, que por quien ya se fue.  Muchas veces la muerte es un alivio para quienes se van como para quienes quedan, pero integrar el vacío no es tarea sencilla. Nos duele mucho, muchísimo. Ya no le vamos a volver a ver; qué será de los deudos; no sé nos crucemos en otra dimensión nos reencontremos... El dolor no es en la tercera persona de quien murió sino en la primera de quienes sobrevivimos.

La muerte es una cita. En nuestra cultura la solemos ver como tragedia.  Mi invitación hoy es a que la asumamos como una posibilidad de trascender, crecer, avanzar en la larga carrera de la evolución de la consciencia.  Llegará nuestro momento de seguir a la casa de Muchas Moradas de Padre/Madre Divinos...