ORLANDO CANO VALLEJO | El Nuevo Siglo
Martes, 8 de Octubre de 2013

Depredadores

 

La parálisis sufrida por el aparato estatal norteamericano es un nuevo y aleccionador episodio de lo que les sucede a Estados hambrientos, sedientos y devoradores del presupuesto y el gasto público. Claro y sentenciador ejemplo para algunos gobiernos de América Latina que no aprenden a manejar la balanza ingresos-egresos. Advertencia de lo que puede ocurrirle a una administración que no armoniza intereses políticos con su Parlamento como ocurre en Washington entre la Casa Blanca y el Capitolio. Un espejo más de voracidad con que el ejecutivo se ‘traga’ el presupuesto sin contemplar buenas prácticas gubernamentales donde se consideren el mediano y largo plazo, la destinación específica y cobertura de necesidades básicas de funcionamiento.

El Estado dominante y depredador que hizo crisis en Grecia y contagió a España, Inglaterra e Italia, entre otros, tiene origen en jauría de dirigentes y funcionarios apegados al derroche y ajenos a la planeación estratégica y financiera.

Washington debió experimentar la cesación de su sistema estatal de pagos sencillamente porque agotó sus partidas presupuestales. Los servidores públicos dejaron de percibir y también de trabajar. Y como el asunto pasa por iliquidez, la economía norteamericana se resiente y el presidente Obama lanza proclamas dramáticas de catástrofe mundial si el legislador ‘gringo’ no aprueba presupuesto de la nación tal cual. De no creer que la potencia mundial no tenga con que honrar obligaciones domésticas. Las gentes ricas y pudientes ni sienten ni sufren sequía presupuestal y el galimatías de su funcionamiento estatal. Sin embargo, la clase obrera, pobres y clase media que perciben ingresos y beneficios por dedicarle su tiempo al Estado, sienten y sufren por que viven de su ingreso.

Es como si Colombia se declarara en quiebra o bancarrota para atender sus obligaciones internas con cargo al presupuesto general. Ricos y pobres, empleados y desocupados, consumidores y comerciantes, inversionistas y proveedores, educadores, deudores hipotecarios, usuarios de la salud, se preguntan ¿y es que los gobiernos no manejan planes de contingencia frente a eventuales afugias del presupuesto nacional? ¿Y dónde la planeación de los gobiernos? ¿Qué hay de la previsión en gastos de funcionamiento versus ingresos de la nación? Lo malo de un Estado insolvente es que los pobres son los paganinis, pero también la economía se resiente porque por elemental prudencia el consumo para y los hogares experimentan estrés.

Estados Unidos siente la debacle de insolvencia en todas sus esferas sociales, en tanto que la eurozona mira con atención el peligro de no sintonizar los tiempos del ejecutivo con los del Parlamento en materia de trámites, aprobaciones y adiciones presupuestales. Equilibrio fiscal, austeridad en gasto, disciplina en finanzas públicas y responsabilidad política, prioridades impostergables. Aun los Estados más fuertes se resquebrajan por frágiles estructuras de presupuesto y depredadores del gasto.