Al destacar la gran labor social de Mons. Perdomo en Ibagué, y después en Bogotá, que mencionamos en entrega anterior, es de advertir el contraste de su estilo de justicia y caridad, con el de quienes despiertan solo resentimiento. El Obispo de Ibagué enseñaba a los trabajadores el camino del trabajo honesto y ofrecido a Dios, “sin entregar”, sus almas al materialismo”, según atestigua el Pastor protestante James Handerson, sincero admirador del Obispo católico. Dentro de esa pastoral social y caritativa estuvo su decidido empeño por la atención a los leprosos, siendo promotor del establecimiento del leprocomio de Agua de Dios.
En 1908 tuvo, Mons. Perdomo, activa participación en la Primera Asamblea de la Conferencia Episcopal de Colombia, precedida por el Arzobispo Bernardo Herrera Restrepo. En 1916 realizó Sínodo Diocesano, con excelente preparación y amplia temática que comprendió lo relacionado con el Clero con la enseñanza de la doctrina cristiana, señalamiento de errores, Liturgia, asimilación del Código de Derecho Canónico recién publicado, en 1914, y hubo acento sobre obras del Catolicismo Social.
En estilo de vida sencilla, piadosa, en paterna conexión con clero y fieles, con firme defensa de la verdad y solícito apostolado, adelantaba su labor cuando el 20 de febrero de 1923, a solicitud del Sr. Arzobispo Herrera Restrepo, fue designado Mons. Perdomo Arzobispo Coadjutor del Primado, con derecho a sucesión de este cargo del que se posesionó el 07 de octubre, después de sentida despedida de la Diócesis de Ibagué en donde dejó hondas huellas su extraordinaria labor y su testimonio de santo, sabio solícito Pastor.
Llegado, Mons. Perdomo, a Bogotá, con la sencillez de originario de provincia, entrenado en la primera extensa parcela que le confiara el Señor, el Tolima de gentes acogedoras y laboriosas, en medio de penuria económica, fue recibido con aprecio del Arzobispo Primado S.E. Bernardo Herrera Restrepo y del Episcopado del País, con algunas reservas del clero capitalino. Tuvo siempre espíritu de obediencia al Santo Padre y deseo ferviente de hacer el bien. Se le dio hospedaje en pequeña celda en el Seminario Conciliar, trayendo como todo equipaje dos maletas pues de cuanto disponía en Ibagué, lo dejó para esa Diócesis. Pronto se notó el contraste con la figura del Arzobispo Herrera, muy conectado con familias distinguidas de Bogotá, con estilo de “príncipe”, pero la “exquisita bondad” del provinciano Perdomo fue teniendo acogida, y alguien que destacaba su imponente figura física llegó a decir que era “principezcamente opita”.
Su labor de Coadjutor, al lado del Arzobispo Primado fue modesta pero diligente y multiplicativa, allá donde Mons. Herrera, por su edad y quebrantos de salud no alcanzaba, siendo su divisa: “nada pedir, nada rehusar”. Diariamente compartían los Prelados, asumiendo Mons. Perdomo sus labores en plena comunicación con Mons. Herrera. Serias limitaciones tuvo el Arzobispo Herrera en su salud, especialmente por novedad de los ojos, que lo dejó prácticamente ciego desde 1922, pero sus facultades y su ánimo de gobierno pues presidió así las Asambleas de la Conferencia Episcopal de 1924 y 1927, y su influencia en el campo no solo religioso sino político hasta su muerte el 2 de enero de 1928. En ese momento asumió Mons. Perdomo el gobierno de la Arquidiócesis. En el momento de asumir la Arquidiócesis, cuando ésta comprendía todo el Departamento de Cundinamarca con 1.048.000 habitantes 11 “parroquias capitalinas y 108 en poblaciones”.
Al lado de la situación religiosa, con no pocas dificultades porque aún siendo la gran mayoría de los habitantes de la Arquidiócesis bautizados en la Iglesia Católica, sin embargo eran de baja práctica de su fe. Se sumaron problemas de orden político que trajeron al Arzobispo hondos sufrimientos. (Continuará)
*Obispo Emérito de Garzón