P. ANTONIO IZQUIERDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Julio de 2012

La prodigalidad divina

 

Uno de los principios básicos de la fe cristiana es la "sobreabundancia" de parte de Dios para con el universo y particularmente para con el hombre. Este principio predomina como tema de los textos litúrgicos. En la primera lectura (2Re 4, 42-44), a Eliseo le son suficientes veinte panes para alimentar a cien hombres. Jesucristo, por su parte, en el Evangelio (Jn 6, 1-15) sacia el hambre de 5.000 personas con solo cinco panes y dos peces y, además, "recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado". Finalmente, en la segunda lectura (Ef 4, 1-6) la unidad de la comunidad cristiana (Iglesia) es fruto sobreabundante del pan eucarístico que llega a todos los cristianos en cualquier lugar donde se encuentren.

Si repasamos la obra de Dios, la cosa más sorprendente es precisamente la prodigalidad divina con la creación y particularmente con el hombre. Una prodigalidad que podría parecer excesiva, si la medimos con criterios humanos. Los conocimientos astronómicos actuales nos permiten admirar mucho más que en tiempos pasados la generosidad de Dios con la Creación. No menor admiración provocan los estudios sobre el microcosmos de los cuerpos, en especial del cuerpo humano. ¿No es acaso cada célula, cada neurona del hombre un prodigio y derroche de generosidad divina?

Sociológicamente hablando, el pan es un factor de igualdad y de unión. Hay una gran variedad de pan, y cada país tiene sus formas propias de hacerlo, pero es pan para todos y lo es por igual. En la mesa del rico o del pobre, en la de un tunecino o en la de un colombiano, en la de un banquero o en la de un albañil hay siempre pan; ese pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Pero en nuestro mundo actual, ¿no hay mesas, no hay manos sin pan? No debería haberlas, porque la sobreabundancia de pan es grande. Sin embargo, las hay. ¿Quién de nosotros no tiene en su recuerdo esos ojos grandes, como dos hogazas, de niños hambrientos que imploran clemencia, que suspiran por un pedazo de pan? ¿Será posible que el pan que nos une se convierta en el pan que nos separa? El pan que nos une es sobre todo el pan eucarístico: el Cuerpo de Cristo. Ese pan maravilloso que evidencia en la historia la sobreabundancia del amor de Cristo hacia los que creen en Él. Ese pan se nos ofrece a todos los creyentes, día a día, semana tras semana, en la misma mesa: el altar del sacrificio redentor. Y me pregunto con asombro: ¿por qué los hombres, tan hambrientos de lo espiritual, no se acercan con más frecuencia a ese "Pan divino y gracioso", que los puede saciar? /Fuente: Catholic.net