Con agudeza y capacidad de anticipación, Moisés Naím en su libro “La revancha de los poderosos” describe una nueva y peligrosa tendencia política de extrema izquierda y derecha en el mundo que suele operar con dosis de populismo, posverdad y polarización.
Basado en Naím, entre las características más relevantes de dichas autocracias sobresalen gobernantes que dividen las naciones entre buenos y malos, íntegros y corruptos, el pueblo bueno y traicionado y las mafias, ricos aristócratas y los marginados, entre otras divisiones. También aparecen gobernantes que con una dosis de “catastrofismo” y “adanismo” llegan como pregoneros de “cambios” a sociedades que han vivido según ellos centurias de desolación, de destrucción, de abandono y de muerte, como si nada hubiese existido antes. En tercer lugar, son gobiernos que desprecian el rigor, los científicos, los datos, los técnicos, el orden, la autoridad y en general transitan fácilmente a la anarquía, la politiquería, el activismo y el desorden.
En cuarto lugar, son gobiernos que atacan sistemáticamente los medios de comunicación y montan estrategias de comunicación basadas en redes sociales o en la descalificación a quienes contradigan sus “verdades”. En quinto lugar, son gobernantes que gustan de las instituciones cuando estas les favorecen o los eligen, pero no cuando hacen peso o contrapeso. Si este fuese el caso, prefieren “patear el tablero”, para cambiar las instituciones y así respaldar sus propias posiciones. En sexto lugar con una buena dosis de arrogancia o de mesianismo son gobernantes que creen encarnar la “verdad” al punto que si alguien propone algo en contrario no es extraño respuestas como “de malas”. Al fin y al cabo, quién más como ellos para interpretar lo que sucede. Sobra decir que finalmente gustan de la “charlatanería política” como instrumento de seducción a través de bonitos discursos que recogen más aplausos que ejecuciones.
La pregunta para usted como lector es si alguno o varios de los síntomas de esta enfermedad o pandemia mundial ya los experimentamos en Colombia. Algunos síntomas recientes hablan del desprecio a los técnicos de presupuesto nacional, los ataques a los medios de comunicación, los mensajes sobre 500 años de un país dedicado a la muerte, el anuncio de cambiar las instituciones a través de una Asamblea Constituyente, los discursos grandilocuentes de cambio climático, la división de la sociedad, y un buen adobo de verdades a medias, populismo o afirmaciones sin datos comprobables.
Pero afortunadamente no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. La vacuna existe y se llama construir desde las instituciones con esperanza basado en valores e integridad, capacidad de consenso y sensatez, reconocer y valorar al que piensa distinto, construir proyectos colectivos en donde quepamos todos, menos fanatismo y dogmatismo, respaldo incondicional a los pesos y contrapesos de la democracia, incluidos los medios, invitación a más análisis con datos para rebatir las mentiras, más capacidad de ejecución y menos discursos bonitos, más confianza en la democracia, más coherencia, más conciencia de las urgencias sociales, y más sensatez para crecer con corazón y generosidad.
En síntesis, la mejor vacuna es con coherencia construir una verdadera cultura de la vida, del amor y no del odio y la desesperanza.
*Rector Universidad EIA
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