El perdón presidencial, a través de la cual el primer mandatario al dejar la Casa Blanca otorga indultos y conmuta penas, es una de las atribuciones presidenciales más controvertidas de la democracia estadounidense y nunca ha dejado de ejercerse.
Originado en una tradición inglesa del siglo VII, consiste en la facultad constitucional, bastante amplia por demás, de “conceder rescates e indultos por delitos contra los Estados Unidos, excepto en casos de juicio político”.
En 1787 fue criticada por George Mason por considerar que la figura se prestaba para que el mandatario saliente indultara a personas que habían cometido delitos que él mismo hubiera podido aconsejar. No obstante, primó el argumento de Alexander Hamilton quien aseguró que se trataba de una forma de contrapeso del Ejecutivo frente al poder judicial.
Tal vez las únicas limitaciones que existen al otorgar el perdón están dadas porque los delitos que cobija deben ser federales y porque no puede otorgarse a funcionarios que hayan sido destituidos del cargo a través de un juicio político. Entre los muchos indultados a lo largo de la historia de Estados Unidos está Nixon, perdonado por Gerald Ford en 1974 “por los delitos que cometió o pudo haber cometido”, para evitar el juzgamiento por el escándalo Watergate, o los que otorgó el presidente Clinton a su hermano y también a su exsocia de negocios.
Quien más perdones firmó fue Franklin Delano Roosvelt, indultando a 2.819 personas. Donald Trump, por su parte, está entre los que menos indultos ha concedido, acercándose al republicano George H. W. Bush quien otorgó 74 perdones.
En el caso más reciente, protagonizado por el ex mandatario saliente, resulta interesante preguntarse si su mensaje de despedida, en el que afirmó que “hizo lo que vino a hacer, y mucho más”, y que aspiraba a volver de alguna manera, fue reforzado con el perdón que cobijó a empresarios, políticos, artistas, activistas y líderes comunitarios, científicos y médicos, muchos cercanos política o personalmente a Trump. Entre los delitos indultados están los referidos al escándalo de 2016 cuando se destaparon los hechos sobre la injerencia de Rusia en los comicios de ese año, posesión ilegal de armas, operaciones ilícitas de apuestas cometidas desde la Torre Trump, escándalos de defraudación cuando se intentaba recoger fondos para la construcción del Muro que dividiría México y Estados Unidos, acosos cibernéticos, entre otros hechos que, de alguna manera, estuvieron en la agenda del gobierno Trump y sobre los cuales el país se polarizó.
Con esta agria despedida, entre un cielo gris y frío, tradicional por esta época, y el morado que prevaleció en la indumentaria de las damas que ocuparon un puesto especial y de algunos invitados, y que es producto de mezclar el rojo y el azul, propios de demócratas y republicanos respectivamente, transcurrió la ceremonia de posesión del nuevo Jefe de Estado de la nación norteamericana. El discurso de posesión no trajo sorpresas; como se esperaba, el lenguaje verbal y el simbólico también, invitaron a la unión de la nación y a la preservación de la democracia. A pensar en los Estados Unidos como la tierra de las oportunidades, de la seguridad y la libertad, donde la dignidad y el honor son respetados y en la que la verdad no puede ser opacada por falsedades o manipulación de información.
@cdangond