La ONU fue fundada en 1945, al término de la II Guerra Mundial, con los propósitos de “mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”.
La Carta confía esos propósitos al Consejo de Seguridad que es el principal órgano de la entidad y que, en el derecho actual, es el único autorizado para usar la fuerza cuando
determine “la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y hacer recomendaciones o decidir qué medidas serán tomadas … para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales”. Si esos propósitos se han cumplido o no, es harina de otro costal.
La Asamblea General es, por su parte, el órgano que, además de ciertas funciones administrativas, “promueve estudios y hace recomendaciones para fomentar la cooperación internacional en el campo político e impulsar el desarrollo progresivo del derecho internacional y su codificación; y fomentar la cooperación internacional en materias de carácter económico, social, cultural, educativo y sanitario y ayudar a hacer efectivos los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos.”
La Asamblea ordinaria estatutaria se reúne en el mes de septiembre y se inicia con los planteamientos de los jefes de Estado y de gobierno de los países miembros que son todos los países soberanos del mundo (193), excepto la Ciudad del Vaticano. Menudo trabajo oírlos a todos.
Este año la Asamblea se inició con la presentación del informe del Secretario General de la organización y el primer discurso fue el de Biden. Un salón abarrotado por obvias razones. Se decretó un receso de cinco minutos para que los delegados descansaran y, luego vino Petro, pero los delegados se habían salido o estaban conversando y nadie le paró bolas al presidente cuando los citó para oír a Petro. ¡De malas! Fueron otros cinco minutos angustiantes con varias llamadas de atención a los delegados. Petro echó su discurso ante una asamblea muy mermada. Y los aplausos finales también fueron mermados.
Los discursos son para hablar de los temas que la Asamblea va a discutir y no de problemas internos que a nadie le importan. Me parece que el de Petro, excepto una mención desafortunada e inoportuna (el discurso de su primera intervención ante la ONU el año pasado fue peor) de su pelea con Duque sobre Cuba, estuvo enderezado a asuntos de interés general: la defensa de la selva amazónica, el cambio climático, las drogas y las guerras.
Los discursos se traducen a los idiomas oficiales de la ONU, es decir, inglés, francés, español, ruso, chino y árabe. En la práctica, los traductores se cuelgan de la versión inglesa para traducir a los otros idiomas. Eso implica que de una versión a otra se pierdan matices y aún palabras que se vuelven intraducibles.
Petro es, sin duda, buen orador. Pero su discurso se fue una versión poética de los problemas mundiales. Prueba de ello es la frase final: “Quiero que mis nietos puedan vivir alejados del apocalipsis y de la extinción, quiero que vivan en los tiempos en los que el ser humano supo dejar de matarse y cumplir su misión: expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”. Dudo mucho que esto interese a los delegados de Malaui, Naurú, el Congo o Afganistán.
Muchos vainazos a los países desarrollados y al capitalismo y muchas cifras imprecisas. Y el medio no es el apropiado para hacer profecías.