Los rusos se han convertido en los principales manipuladores mundiales del poder agudo, o poder tóxico.
El poder tóxico se vale de elementos duros (coercitivos) y blandos (persuasivos) para horadar la voluntad popular en otros Estados, anular las capacidades competitivas, subvertir el orden e inducir la autocensura.
Es una forma de poder inteligente con que los Estados autoritarios y despóticos manipulan, distorsionan y canalizan información tendenciosa (narrativas, valores y discursos) mediante todos los medios disponibles con el fin de propagar el despotismo y afianzar sus intereses.
A diferencia de la Guerra Fría, cuando la propaganda proyectaba los valores ideológicos marxistas mientras las guerrillas hacían el trabajo rudo, el poder tóxico se basa principalmente en intereses compatibles y en el grado de influencia potencial o manifiesto que se percibe en los nodos de la red.
En tal sentido, los rusos han venido ejerciendo tales capacidades por doquier, y aunque a veces se equivocan, como al parecer sucedió en EE.UU, pensando que el presidente Trump les favorecería de algún modo, lo cierto es que no escatiman recursos para recuperar su perfil imperial y tratar de arruinar las democracias liberales.
Y como tales democracias no están todavía empoderadas para resistir, contraatacar y superar a ese adversario, la soterrada hostilidad de Moscú se vale de agentes locales y regionales que ayudan a penetrar mejor los contextos culturales en donde se quiere consolidar el autoritarismo extremista y radical.
En Cataluña, por ejemplo, se ha demostrado que esta amenaza híbrida ha venido estimulando desde Rusia el separatismo, la desobediencia y la rebelión.
Y aunque la firmeza del gobierno español, unida a la templanza de partidos neoconservadores en la propia Cataluña ha frustrado una vez más el apetito injerencista de Moscú, el proyecto expansionista no palidece y, por el contrario, enfila ahora baterías sobre América Latina.
Por lo visto, son dos las próximas elecciones en las que el poder tóxico ha centrado sus esfuerzos: México y Colombia.
Como fiel aliado de los gobiernos que practican el matoneo entre las naciones, Moscú ha encontrado en los Castro y en Maduro la perfecta caja de resonancia para afectar el orden democrático e impulsar las candidaturas afines al chavismo: la de Ángel Manuel López Obrador y la de Gustavo Petro.
Mediante las redes sociales y valiéndose de la perfecta unidad de criterios discursivos y axiológicos, Russia Today, Sputnik y Telesur (para hablar solo de la punta del iceberg incrementan a diario el volumen y la calidad de la información con la que quieren contaminar los procesos electorales.
Por supuesto, es muy alta la posibilidad de que mexicanos y colombianos, curtidos en enfrentarse al terrorismo y al modelo planificador promovido por la revolución bolivariana, repudien este tipo de neointervencionismo.
Pero nada pierden con intentarlo. Los recursos destinados a tal fin son muy amplios, el momento es propicio y los promotores están bien amaestrados, de tal modo que tras largos años de militar en el fanatismo o practicar la violencia... ¡ahora usa bondades de la democracia para tratar de fulminarla!