La Policía es, realmente, el símbolo más presente del Estado frente a la ciudadanía. Su relación con el ciudadano, su acción preventiva y su eficacia reflejan la naturaleza del Estado, que el ciudadano espera que sea equilibrada, decente, justa, inteligente.
Es que lo primero que un ciudadano busca a su alrededor cuando percibe una situación de desorden o de afectación de sus derechos o de los derechos de otras personas es: ¿dónde está la Policía? Llamen la Policía. Busquen un policía. Y ello para asuntos que pueden tener un potencial de gravedad o para cuestiones que se pueden considerar banales pero que son las que constituyen el sentimiento de orden y de seguridad para un buen ciudadano.
Si la Policía abusa, no aparece, es ineficaz, el ciudadano siente que el Estado abusa, es incompetente, no cumple con su función. Una excelente Policía, nada fácil, transmite la idea de un Estado eficaz, serio, responsable.
Hace unas semanas un grupo de gobernadores recordó la importancia y el significado del lema de nuestro Escudo. Libertad y Orden. Es que el policía representa exactamente eso. El policía es el que protege el ejercicio de nuestras libertades y es el que garantiza el orden que permite ese ejercicio. Y esa es, en esencia, la función primordial del Estado. Lo demás que la educación, que la vivienda, que la salud, que las carreteras, que los puentes, etc. son muy necesarios, tienen sentido, pero el presupuesto de su utilidad es la existencia de la libertad y del Orden. ¿De qué sirven las carreteras cuando proliferan el secuestro, la extorsión, los asaltos? Y así de los demás temas.
Por eso el sentimiento de inseguridad que se dice está creciendo por todas partes, ciudades, municipios y territorios transmite inmediatamente la idea de que el Estado no está funcionando, no cumple con su deber, no responde a su primera función que es la de proteger al ciudadano. Sí. Protección. Eso era para los filósofos políticos de la antigüedad un tema central. Por eso algún experto en la materia denominó la Policía como "Ejército de derechos". No es cualquier cosa. Es lo que nos permite llevar una vida digna, tranquila. Ellos, los policías, son los custodios de esos derechos. Y desde tiempo (qui custodes).
Permitir que la Policía se contamine de los vicios y dolencias que se van presentando en una sociedad es arriesgar la legitimidad misma del Estado.
Algunos estudiosos del tema recomiendan que la Policía sea sometida a un revolcón cada diez o quince años para purificarla de los efectos negativos que la van deformando. La corrupción es el más notorio, pero quizás no el más desastroso de todos los males que la pueden enlodar. Es que la Policía está en un contacto diario con la criminalidad, desde la menor hasta la más organizada. Y sería absolutamente milagroso que esas conductas criminales y despreciables no la tocaran, no la afectaran, no la untaran, no la contaminaran.
Se trata de un tema vital en la organización política del Estado. Que requiere un cuidado diario. Que no permite deslices ni conductas ambiguas. Frente a ella tiene que haber ojos y oídos abiertos.
Es indispensable replantear el tema de los Servicios Privados de Seguridad y su relación formal e informal con la Policía Institucional. Es posible que en dos cuadras encontremos por lo menos ocho guardianes que forman parte de estos servicios de seguridad. Normalmente, fueron miembros de la fuerza pública. ¿Qué tanto cooperan en esas ocho cuadras entre ellos? ¿Qué tanto colaboran con la Policía Institucional? Es un servicio que pagan los ciudadanos. Merece tanta atención como la misma Policía. Debería ser un refuerzo muy apreciado. Difícil reclamar más servicio de protección para un espacio de doscientos o trescientos metros ¿Y esa protección sí es cabalmente efectiva?