Es bien conocida mi obsesión con el tema de la financiación de la vida política. En las últimas semanas hemos quedado expuestos al conocimiento de la violación del marco jurídico que la regula, el de la campaña del presidente Petro de 2022 y la de 2014 la reelección de Juan Manuel Santos desafiada por Oscar Iván Zuluaga. Y me cuesta mucho trabajo guardar silencio al respecto. Es que se trata del gobierno y de la oposición. O sea, las dos expresiones fundamentales del sistema político y que ambas estén en tela de juicio, por razón de testimonios desde la intimidad misma de las campañas le da una relevancia aún más significativa.
En la columna que publicó ayer El País de Cali “No Más” hice una primera aproximación y hoy en esta columna quiero hacer una segunda reflexión recogiendo opiniones que publiqué en mi libro “Narcotráfico, financiación política y corrupción” (ECOE ediciones 2011), particularmente del capítulo sexto “El debate internacional sobre la financiación de partidos y de campañas políticas”. Todavía no entiendo cómo Colombia no se ha convertido en un modelo en esta materia sino que, por el contrario, escándalos surgen una y otra vez.
La cita más reveladora sobre el tema la encontré en la página 208 y es tomada de un libro de la profesora Donatella Della Porta e Yves Meny. Dice así: “la monetización de la política y de los políticos ha llevado al “intercambio clandestino entre dos mercados; el mercado político y/o administrativo y el mercado económico y social. Este intercambio es oculto porque viola normas públicas jurídicas y éticas y sacrifica el interés general en beneficio de los intereses privados. En fin, esta transacción que permite a actores privados tener acceso a recursos públicos (contratos, financiación, decisiones…), de manera privilegiada y prejuiciada; (ausencia de transparencia, de competencia) les proporciona a los actores públicos corrompidos, beneficios materiales presentes o futuros para ellos mismos o para la organización de la cual son miembros”.
En la misma página recordaba la afirmación muy conocida del senador norteamericano Everett Dirksen: las tres cosas más importantes en política son dinero, dinero y dinero. Es, comentaba en el mismo párrafo, exponer a la política a quedar secuestrada por los grandes intereses económicos. Y ni hablemos si el dinero proviene de un origen mafioso. Una tentación fácil y un chantaje inescapable.
Otro senador, Warren Rudman, hablaba así: “nadie debe hacerse ilusiones idílicas acerca del papel del dinero en la política”; lo que he descrito en los parágrafos precedentes es inherentemente, endémicamente y sin esperanza, corruptor.
“Usted no puede nadar en el océano sin mojarse; usted no puede ser parte de este sistema sin ensuciarse”. El periódico The New York Times del 27 de diciembre de 1998 reclamaba en su editorial una reforma del sistema; hablaba de la “anulación virtual de las leyes que durante casi un siglo han buscado limitar las contribuciones de campañas”. La conclusión era bien dura: “como resultado los dos grandes partidos políticos de la nación han completado su transformación y han pasado de representar distritos electorales del pueblo a convertirse en maquinarias que consiguen dinero para favorecer intereses particulares”. Las citas que he identificado desbordan el espacio de esta columna y son tan dicientes como las que he recogido.
Es que lo que se debate, así lo recuerdo (pg. 143), es el grado de competencia que existe en una democracia; la naturaleza del juego democrático; la integridad del proceso político; la calidad del sistema representativo. Está más que pasada la hora de tomar muy en serio este tema.