Así se titulan las recientes memorias de Woody Allen, norteamericano judío, escritor, actor creativo durante más de seis décadas, director de teatro y cine, con 50 películas producidas, que narran su vida a los 84 años, desde su ingenioso punto de vista, bajo la premisa de que “la posteridad me importa un pito, quiero que mis cenizas se esparzan cerca de una farmacia”.
Estuvo casado con Helen Susan Rosen, fue pareja de Diane Keaton, de Mia Farrow -exesposa de Frank Sinatra-, entre 1980 y 1992, relación con mal final porque se enamoró y contrajo matrimonio con Soon Yi Previn, hija adoptiva coreana de esta, quien ha sido su esposa desde 1997. La actriz lo acusó de comportamiento indebido con Dylan, menor también adoptada, y hubo escándalo. Allen abandonó Estados Unidos, la justicia no lo condenó, pero el hecho lo afectó a pesar de pregonar siempre su inocencia. Por ese cargo Hillary Clinton le rechazó una donación de US$4.500 para su campaña presidencial, y él comentó que eso le hizo perder frente a Trump.
Woody Allen es figura mundial, “Rl hombre irracional”, “Día de lluvia en Nueva York”, “Sombras y nieblas”, “Comedia sexual de una noche de verano”, “Si la cosa funciona”, “Anny Hall”, “Manhattan”, “Maridos y mujeres” y “La rosa púrpura del Cairo” han sido reconocidas por la crítica. Por eso su original libro vale la pena leerlo, el cual próximamente saldrá la edición en catalán.
El inventor de frases como “La jubilación es para la gente que ha pasado su vida odiando lo que hacía”, “Muchos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida”, “No puedo entender a Wagner, me dan ganas de invadir Polonia”, “Si los seres humanos tuviéramos dos cerebros haríamos el doble de tonterías”, “Lo quiero como a un hermano, igual que Caín a Abel” o “De pequeño quise tener un perro, mis padres eran pobres, me dieron una hormiga. Él no pasa de moda, todavía tiene cuerda, se cuida del coronavirus y asistirá al Festival de San Sebastián.