RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Diciembre de 2013

Cosas que no resultan

 

Se  han publicado recientemente estadísticas sobre el Sida en Bogotá y el panorama ha empeorado, es decir, hay más personas infectadas, especialmente jóvenes. Ha empeorado no obstante las famosas campañas, todas llenas de dobles mensajes, que en el fondo no hacen sino fomentar la promiscuidad en buena parte de la población, aunque en ambiente de látex. Estas campañas, como tantas de tipo público, con frecuencia logran exactamente el efecto contrario porque pretenden minimizar los riesgos, aunque en el fondo promueven aquello que quieren prevenir. Esto es malo, pero lo vamos a maquillar de bueno, para que no nos traten de retrógrados… aunque la gente se muera, parece ser la lógica oculta.

Y la gente se muere. De Sida y de muchas otras cosas que, en lugar de combatirlas de raíz, se les otorga un estatuto social intocable. Se podría hacer una larga lista de las cosas que no resultan, aunque gocen de buena presentación en ciertos medios y ambientes. El alcoholismo, la drogadicción, el sexo más allá de la fidelidad. Todo esto y mucho más tiene hoy carta de ciudadanía y socialmente es casi que imposible oponérseles sin ser tachado de cualquier cosa. Pero por mucho ruido que hagan los vendedores de toda esta ideología destructiva, nada cambia: la gente sigue siendo perjudicada, las personas se mueren, las parejas se rompen, las familias se caotizan, la sociedad se desangra sanando lo que no tiene curación, etc. Y, desde luego, en este modo de ver las cosas, poco o ningún campo se deja para llamar a otro tipo de prevenciones, realmente saludables.

En todo caso, quienes creemos en otras vías para humanizar deberíamos ser más elocuentes en nuestras propuestas de manera que la gente, no solo no se muera por causas absurdas, sino que viva plenamente. Y para ello hay que hablar de valores y practicarlos, hay que enseñar ética y moral y vivirlas. Hay que hablar de Dios y sus leyes y hacer comunión con su Palabra. Hay que difundir el discurso de la dignidad de la persona humana y aplicarlo y hablar de los verdaderos derechos humanos, ninguno de los cuales tiene que ver con la destrucción de la persona ni con una libertad sin límites. Hoy día, cansados de tanto discurso falso e ideologizado, pareciera abrirse una nueva oportunidad para el razonamiento humanista y de corte espiritual, hecho con solidez, claridad y sin fanatismos, pero con total convicción. Por cada día de demora en retomarlo crecerá el contenido de los cementerios.