RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Febrero de 2014

La decencia pública

 

Hablando  de Pacheco, en su vida pública pues no lo conocí personalmente, me viene a la cabeza la imagen de un hombre decente en la forma en que hacía su trabajo. Su larga trayectoria en la televisión y por tanto su actuación frente a millones de personas creo que siempre fue decorosa y respetuosa. Era un placer grande, a la vez que normal y sencillo, prender el televisor y encontrar a este hombre entrevistando a alguien sin descuartizarlo, dirigiendo un concurso sin ridiculizar a nadie, bailando sin insinuaciones estúpidas, entreteniendo a niños sin caricaturizarlos. Daba la impresión de que su objetivo en cada programa no fuera otro distinto a hacer sentir bien a las personas que se encontraban con él allí en los estudios o a través de la pantalla chica.

Eran los tiempos de la decencia de lo público, en contraste con los actuales en que la norma parece ser que para estar en escena lo primero es ser chabacano y vulgar. También inculto y prosaico. Tiempos aquellos en que había en verdad un sentido absoluto de respeto por el público, por la gente del común, por el ciudadano indefenso y bonachón. Eran épocas en que, aunque pudieran existir incoherencias y debilidades grandes en la vida privada, se conservaba la noción cierta de que no había mérito alguno en traspasarlas en forma circense al espectador como en busca de indulgencia y aprobación. Y esta delicadeza hizo que mucha gente sintiera aprecio real por personas como Pacheco y otros y otras que ocuparon la escena pública televisiva por muchos años. Aunque la pantalla era en blanco y negro, estas personas con recia personalidad le daban color y brillo.

La decencia, ¿acaso un bien en extinción? Ojalá que no. Pero la indecencia en todos los campos ha ganado mucho terreno. Ha erosionado lo humano y lo moral, lo público y lo privado, las comunicaciones y también los silencios, la ciudadanía y el poder, prácticamente todo. Creer en la pulcritud, en la educación, en la ética y los valores, en el respeto y el pudor, en la conciencia y su delicadeza, son componentes de la decencia, nada fáciles de mantener en este ambiente tan feroz en que se vive. Pero quien logra conservar esta característica es sin duda más y mejor persona. Y también suma a una mejor sociedad.  Con Pacheco se fue un hombre público decente: preocupémonos por estas ausencias.