RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Febrero de 2014

El efecto persona

 

Este mundo está lleno de trabajos en grupo, creaciones en equipo, juntas directivas, consejos, asambleas, sínodos, marchas y todavía caben otras posibilidades de agrupar pocas, muchas o multitud de personas para diferentes objetivos y se logran cosas interesantes. Pero esto también ha conducido en parte a que el genio personal, la impronta propia de cada hombre y de cada mujer, lo típico de cada ser humano, se pierda en ese mar anónimo de lo colectivo.

Al cumplirse un año de la renuncia del Papa Bendicto XVI cabe pensar en el efecto gigantesco y positivo que tuvo este acto personal, hoy comprendido como un acontecimiento absolutamente visionario y quizás revolucionario. Fue un golpe mortal que el mismo Pontífice dio a la absolutización del poder, a la divinización de las personas y a todo aquello que niegue los límites de lo humano. Lo sucede Francisco y este con un sello personal le ha dado un espíritu totalmente renovado a la Iglesia, a través de su sencillez, capacidad simbólica y palabra coloquial y familiar. Dos ejemplos de la importancia de que cada persona le ponga un sello propio a todo lo que hace, pero sobre todo de la necesidad de que haya personas que individualmente tomen iniciativas trascendentales y las pongan a caminar.

Esto vale para muchos campos de la vida. Por momentos nos estamos diluyendo en grupos mil que opinan, aconsejan, deliberan, enredan, traban, discuten sin fin y mientras tanto las necesidades de la gente son inmensas y las de la sociedad también. Personas con inteligencia privilegiada, voluntad férrea, ideas claras, ambiciones nobles, sentido de justicia acendrado, no deberían temer ser más visibles para mover lo propio y lo comunitario. Es cierto que también flota en el ambiente un celo exagerado para obstruir toda iniciativa personal importante, pero esto no debería acobardar a los mejor dotados. Cuando Jesús decidió subir a Jerusalén para consumar su obra, el jefe del grupo, Pedro, quiso detenerlo. Jesús le criticó diciéndole que pensaba como los hombres, no como Dios. Así, el momento decisivo de Jesús fue un acontecimiento netamente personal, desprendido de su grupo, convencido hasta los tuétanos de su tarea y dispuesto a pagar el precio que fuera necesario para coronar su misión. En muchos campos de la vida se requiere este efecto persona, es decir, la acción con el sello de un alguien con nombre propio que decide echarse al hombro a la humanidad para marchar mejor. Los “colectivos” nos han agotado.