RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Marzo de 2014

¿Prudencia o injusticia?

 

¿Cuánto  dinero debe guardar como reserva una persona, una institución, un Estado? ¿Y cuándo esa reserva crece de tal manera que se convierte en una acumulación simple y llana? En Colombia ya no es tan raro escuchar el volumen de dinero que hay guardado en bancos, fiducias, fondos, bolsas, etc.,  y las cifras son cada vez más grandes, por no decir enormes. Asimismo, no deja de surgirle la pregunta al que no es tan docto en el tema, como el que esto escribe, sobre si alguna parte de esos dineros guardados no deberían estar en la calle solucionando las infinitas necesidades de nuestra gente. En Colombia, según informan las fuentes de la economía, ya hay un número grande de millonarios, lo mismo que de empresas estatales y privadas que producen unas rentabilidades gigantescas. Riqueza hay y ya es grande.

El Estado colombiano tiene entre sus planes la lucha contra la pobreza y parece que se han alcanzado logros importantes, aunque las estadísticas gubernamentales en tiempos electorales siempre son sospechosas. Pero supongamos que sí es cierto. La pregunta es si no hay posibilidades de emplear muchos más recursos para este efecto dada la enorme cantidad de dinero que hay acumulado en diferentes instituciones e incluso en el exterior.

La pregunta vale también para las personas y para las instituciones de cualquier orden. Pareciera que sí fuera posible que la riqueza económica circulara más para bien de toda la comunidad colombiana y especialmente direccionada hacia quienes aún sufren el azote indignante de la pobreza.

El Evangelio es muy duro con la acumulación obsesiva de bienes, riqueza, dinero. Solucionado lo necesario para vivir dignamente, se impone la cuestión del para qué guardar lo que puede generar rápidamente bienestar en muchas personas. La prudencia sugiere guardar para la llegada del invierno. La justicia invita a no privar a nadie de lo necesario por el simple afán de acumular. Tal vez nos ha faltado a todos los críticos sociales provocar a que la gente, las empresas e instituciones, y también el Estado, se arriesguen sin miedo, pero con sabiduría e inteligencia, a “gastarse la plata” sin demora atendiendo las necesidades fundamentales de todas las personas. Nadie está hablando de regalar, aunque a veces no hay más remedio dada la opresión de la pobreza extrema. Pero desacumular puede ser una experiencia que quizás muchos desconocen y que podría ser la fuente de una felicidad esquiva en eso de atesorar.