Pocas cosas son tan difíciles en la comunicación cotidiana entre los seres humanos como felicitar a alguien o dar el pésame. Podría parecer, por el contrario, asunto fácil. El procedimiento está establecido. Las fórmulas existen y se han convertido en costumbre aceptada universalmente. Las palabras están predeterminadas. Nadie se siente compelido a decir nada distinto a lo que siempre se ha dicho en tales circunstancias, y nadie tiene, sinceramente, la expectativa de oír algo distinto. Poco importa que lo que se diga suene rutinario, de tan idénticamente repetido. En todo caso, felicitaciones y pésames se agradecen -a veces con incomodidad y otras con sorpresa-. ¡Benditos sean, para estos efectos, los lugares comunes!
En política, la cosa tiene sus matices. Ni que decir en diplomacia.
En ese sentido, cuatro reacciones extranjeras a la elección del nuevo presidente de Colombia ameritan algunas consideraciones.
La del presidente mexicano, por ejemplo, que, en aras de felicitar se puso al borde de la impertinencia, al pretender impartir en tres trinos una tendenciosa e inexacta lección de historia de Colombia, invocando para ello la autoridad -que en otras cosas tendrán, pero no en historia- de José María Vargas Vila y Gabriel García Márquez. Para luego rematar -de forma congruente con su propio mesianismo, proyectado en el nuevo presidente, al que el mesianismo tampoco le resulta ajeno- saludando el “fin de ese maleficio” (al que reduce sin pudor la trayectoria histórica de Colombia, que a todas luces desconoce) y “la aurora para ese pueblo hermano y digno” que promete el “triunfo histórico” de Petro.
Histórica también, a juicio del cubano Díaz-Canel, fue la “victoria popular” obtenida por Gustavo Petro en la “memorable jornada electoral” del pasado domingo. Ante lo cual cabe preguntarse, y no por pura retórica, si lo verdaderamente histórico no sería, más bien, que en Cuba hubiera algún día una jornada electoral -esa sí memorable- auténticamente democrática, es decir libre, competitiva, y pluralista y no un mero simulacro en el que sólo participa el partido comunista de la isla, “único, martiano, fidelista, marxista y leninista, (…) fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”.
No sorprende que en términos casi idénticos se haya pronunciado Nicolás Maduro. Sorprende, eso sí, la osadía con que dijo que se había escuchado “la voluntad del pueblo colombiano, que salió a defender el camino de la democracia y la Paz”. Precisamente él, cuyo régimen no ha dejado de eludir y sabotear la libre expresión de la voluntad política de los venezolanos, para seguir atornillado a Miraflores.
En cuanto a los mensajes emitidos desde Washington, más rápido que inmediatamente, lejos de ser un espaldarazo o una declaración de simpatía, son el reflejo de las actuales preocupaciones geopolíticas estadounidenses, y, al mismo tiempo, una declaración de continuidad en lo esencial de la agenda bilateral, en la que habrá que ver cómo se traduce y hasta qué punto llega el “camino de una más intensa y normal relación diplomática” y “más igualitaria”, anunciado sonoramente por el presidente electo tan pronto colgó el teléfono con Biden.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales