Rodrigo Pombo Cajiao* | El Nuevo Siglo
Jueves, 22 de Enero de 2015

Me voy a la cárcel

 

La más grande calamidad, la verdadera calamidad, no reside en que los opositores políticos se expresen, o que los columnistas nos distanciemos de las posturas oficiales del Gobierno, o que nos la juguemos por la paz siempre que se apliquen mínimos de justicia. Lo verdaderamente calamitoso es que por hacer todo ello se nos enjuicie y amordace con la amenaza de la cárcel.

Desde que la Justicia se politizó se acabó con el Estado de Derecho y con ello con la dignidad de la nación y la esperanza de las gentes. Hablo como columnista, escribo como crítico y, si cabe, como opositor, pero sobre todo redacto estas letras con el dolor del alma por aquello del dolor de patria.

Los samperistas aprendieron del Proceso 8.000 algo que ninguno otro pudo capitalizar: el poder está en la justicia y es ella lo que verdaderamente cuenta en política. El Fiscal General es el mejor ejemplo. Hombre de segundas en la ciencia jurídica nacional. Siempre fue un segundón de Jaime Bernal Cuéllar, de los consumados samperistas, magistrado constitucional de segunda, profesor auxiliar, hombre anónimo pero peligroso que hoy sirve a un régimen poderoso, precisamente para que sea cada vez más poderoso.

La diferencia de épocas es que en el 8.000 contábamos con una justicia relativamente pulcra, ineficiente, sí, pero respetada y que combatía las embestidas criminales del régimen con cierta objetividad. Hoy, poder ejecutivo, legislativo y judicial juegan del mismo lado de la mesa. Juegan desde y para el poder y lo hacen sin pudor ni límites.

El régimen se unió en torno del poder. Se legalizó en torno de unas elecciones presidenciales cuestionadas y se empezó a dividir la torta presupuestal harto alimentada por la reforma tributaria. Pero su saciedad no se limita con abarcarlo todo, es menester destruir al enemigo, eliminar la oposición y para eso la cárcel presta un inusitado servicio.

Se acalla al jefe de la oposición con amenaza de cárcel para él y sus hijos, pasando, claro está, por su mejor amigo. La crueldad de su poderío no tiene talanqueras salvo cuando se trata de indultar a los más grandes terroristas de la historia universal.

Y así, mientras que las Farc están felices, los colombianos nos sentimos atemorizados y cohibidos al ver cómo se llevan a la cárcel a la oposición democrática como en las mejores épocas castristas o como le sucede a la oposición venezolana.

¡Votos de solidaridad para con el Dr. Oscar Iván y su familia!

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI