Semillas de cristianos | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Julio de 2016

EN  anterior comentario hicimos preámbulo sobre el sentido de cuanto significa ser “mártir”, y anotamos cómo por su vida y derramar su sangre ha sido colocado entre ellos el Pbro. Pedro María Ramírez Ramos,  señalado por la voz del pueblo como “Mártir de Armero”. La beatificación  de este sacerdote ha sido aprobada por la Congregación correspondiente, por lo que es oportuno recordar detalles de su personalidad, datos de su martirio y el significado de una “Beatificación”.

Nació el P.  Pedro María en La Plata (Huila), el 23-10-1899, en el ejemplar hogar de Don Ramón Ramírez Flórez y Doña Isabel Ramos. Tuvieron 7 hijos, de los cuales el 4º fue el P. Pedro María, y el último el Jesuita P. Leonardo. Realizó sus estudios en el Colegio S. Luis Gonzaga, de Elías, y en el Seminario de Garzón, siendo ordenado Sacerdote el 21-06-1931. Desempeñó su labor ministerial en la Diócesis de Ibagué, en lugares como Chaparral, Cunday  y Fresno, llegando a ser Párroco de Armero en 1946.

Fue el 10 de abril de 1948, en el ambiente de anarquía propiciado por el comunismo internacional con el asesinado el día 9 del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, cuando se lanzaron los más rudos ataques para despertar odio contra la religión.  En esas circunstancias fue asesinado vilmente, el Padre Pedro María en Armero. Desde la tarde de ese viernes  como repercusión de cuanto sucedía en Bogotá, con arengas radiales contra la Iglesia, a las que se agregaban, con gente ebria,  otras locales impregnadas de ese odio anticlerical, se asaltó la Casa Cural de Armero, bajo el pretexto de encontrar “armas” que supuestamente ocultaba el Sacerdote para masacrar el pueblo.

En la mañana del sábado 10 crecía la inquina popular y se percibía peligro para el sacerdote pues aumentaba el número de manifestantes con gritos frenéticos contra la Iglesia. Al darse cuenta de esa situación la preocupación del P. Pedro María fue evitar cualquier profanación a la Sagrada Eucaristía, consumiendo las hostias consagradas reservando solo una para tener a Jesús con él hasta el momento de agresión mortal.

La tarde de ese 10 de abril, entre su fervorosa oración ante el Santísimo y sus voces de ánimo cristiano a las religiosas que lo acompañaban escribió el P. Pedro María, de puño y letra, un precioso testamento para que lo pusieran en manos de su Obispo, si era sacrificado. Expresaba allí su voluntad de entregar su vida por sus fieles, con expresiones de perdón por sus agresores, e infinita confianza en Dios, en cuyas manos ponía su vida. A los consejos de que huyera, respondió: “Yo no huyo, cuantas veces consulto al Amito, me dice que permanezca aquí”. Así, con fe y valor cristiano, con previsión de ser inmolado, estuvo en su lugar ofreciendo su vida por la conversión de los pecadores.

A las 4 de la tarde irrumpe uno de los dirigentes de las turbas azuzadas contra todo  lo religioso, a sacar al sacerdote a la plaza, el cual, una vez consumida la Hostia Santa que había reservado, lo acompaña. Este hombre  lo presenta ante la turba, que se lanza con agresiones a garrote y a cuchillo sobre  el Padre, quien cae herido por tierra, exclamando como Jesús: “¡Padre, perdónalos!”. A los pocos minutos expiraba. En torno a su cadáver, asesinos y mujeres públicas armaron orgía celebrando esa victoria contra quien con palabras enérgicas condenó la vida de lujuria y de pecado. Su cuerpo fue, luego llevado a las puertas del cementerio, en donde solamente al día siguiente lo echaron semidesnudo, en una fosa, siendo desenterrado 10 días después para practicar autopsia encontrándolo incorrupto. Después de esa práctica fue enterrado de nuevo, pero ya en caja mortuoria, hasta que 22 días después, cuando sus familiares fueron a  llevar sus despojos para darle digna sepultura en La Plata. (Continuará)

*Obispo Emérito de Garzón

Email: monlibardoramirez@hotmail.com