Sí, tenemos derecho a ser amor, no solo a pensarlo, sentirlo o verlo. El amor no es algo externo a nosotros; por el contrario, es nuestra verdadera naturaleza.
Sabemos, tanto desde la física cuántica como desde la espiritualidad, que el amor es el orden implicado. Esto nos lo han ilustrado ampliamente, entre otros, los doctores David Bohm y James Hurtak. En palabras comunes y corrientes, ese orden implicado sostiene todo lo que existe, constituye todo lo hecho -aquello que es el orden explicado- y mantiene unas frecuencias de vibración elevada. Hasta hace un algún tiempo, hablar de energía se veía como algo sospechoso, pues desde la linealidad de la mecánica clásica solo es posible creer en aquello que se ve. Pero, a medida que el conocimiento científico se ha ido expandiendo también lo han hecho nuestras mentes, por lo que ahora podemos comprender que el tema energético no es un mito creado por alguna secta fanática, sino un conocimiento avalado por las ciencias de frontera. Las frecuencias de ese orden implicado, del amor, dan cohesión a la materia, que no es otra cosa que energía densa, espíritu atrapado gravitacionalmente.
El orden implicado nos permite comprender la totalidad. Cuando reconocemos que somos amor, que estamos hechos de él, nos adentramos en la no-fragmentación, en la compresión de ser uno, nuestra propia totalidad inherente, y de ser uno con todo lo creado, la totalidad con todo lo externo a nosotros. Si bien en el orden explicado nos manifestamos como un tú y un yo, dos seres diferentes, desde el orden implicado y en la consciencia del amor podemos evidenciar que somos uno solo. Entonces, en lo concreto de la realidad tridimensional que habitamos aquí y ahora, ser amor conlleva integrarnos.
Sí, el asunto es de adentro hacia afuera. Ser amor implica abrazarnos a nosotros mismos en todas nuestras dimensiones, con toda nuestra historia, con nuestras virtudes y nuestras falencias. Así, ese orden implicado en nosotros mismos se revela en el orden explicado de nuestras acciones, emociones y pensamientos.
Cada una de nuestras células está sostenida en el amor, entendido como fuerza vital. Si profundizamos en los microuniversos, encontramos que cada molécula, cada átomo y cada nube de electrones que nos conforman están natural y gratuitamente sintonizados en la frecuencia del amor universal. ¡Ojalá mantuviéramos siempre esa consciencia de totalidad! Como ello no es así, pues nos cuesta trabajo estar todo el tiempo plenamente conscientes -aunque tengamos los ojos abiertos y seamos funcionales en la cotidianidad- vamos cambiando de frecuencia, nos desalineamos del amor. Es ahí cuando nos enfermamos, nos encerramos en relaciones tóxicas y la vida se hace miserable. El amor sigue existiendo, solo que perdimos la consciencia de él…