Que Seuxis Paucias Hernández, alias Jesús Santrich, se haya cortado las venas en un acto de desespero por la demora de algunas horas para su liberación de la cárcel La Picota, ordenada por la JEP y firmada por un fiscal suplente luego de que Néstor Humberto Martínez, fiscal general, renunciara por negarse a firmarla, es realmente un acto teatral al nivel de la mejor tragedia griega, o de uno de los escalofriantes episodios de “Juego de Tronos”, la serie de Netflix que tuvo a millones de televidentes al borde de un ataque de nervios durante 8 años.
Un criminal del talante de Santrich se vio obligado, por algunas horas, a probar el mismo caldo que había hecho tragar a cientos, a miles, de secuestrados por años y años.
Secuestrados de las Farc, de todas las edades, hombres, mujeres y aún niños, encerrados en jaulas hechas con alambre de púas en plena selva, sin ninguna facilidad higiénica, salvo un hueco en la tierra, sin televisión ni radio, como las que él tuvo en su celda de La Picota; sin cama ni colchón, solo quizá con una hamaca cochina, sin comida adecuada, sin más techo que un cambuche de plástico para guarecerse en los aguaceros, sin derecho a visitas o llamadas o a recibir alguna noticia de los suyos, sin derecho a nada, ¡nada! En algunos casos encadenados, como animales, peor aún, sin ser juzgados, sin defensor de oficio o abogado alguno, como sí los tuvo Santrich.
Secuestrados, en su mayoría jóvenes soldados, capturados luego de algún ataque a cualquier población, o una escaramuza. Hombres que por años no pudieron volver a ver o hablar con sus familias. Recordemos el caso del niño que rogó a las Farc para que le permitieran ver o hablar con su padre, antes de morir consumido por un cáncer y, finalmente, murió con el dolor inmenso de no haber tenido ni un abrazo o una palabra de su progenitor y sin saber nada de él.
¿Y se supone que los colombianos nos conmovamos por lo que le ocurre a este nefasto personaje? Lo vimos salir de La Picota haciendo la señal manual de victoria mientras unos veinte copartidarios lo vivaban. Poco duró su júbilo. Minutos después de su liberación fue detenido por agentes del CTI y transportado al búnker de la Fiscalía para ser procesado en el sistema judicial colombiano, si el caso es confirmado por un juez de garantías.
Dicen sus abogados que Santrich está en un grave estado de depresión, que no levanta cabeza, no come, ni habla. Depresión, dolor, rabia, angustia, es lo que hemos sentido los colombianos ante sus crímenes.
Déjenme decirles, nada de lástima nos causa su depresión. Pero si se siente un gran disgusto al oír las múltiples, enredadas y confusas explicaciones que ha salido a dar, en todos los medios, Jesús Bobadilla, magistrado de la JEP, presidente de la sala que negó la extradición del narcogerrillero y ordenó su liberación.
Lo que más enfurece es que Bobadilla dé como una de las razones de tal decisión, que fue por favorecer a las víctimas. ¿Será que las víctimas sí se comen ese cuento? Nadie sabe en que terminará este drama, pero ¡qué mal sabor ha dejado en Colombia la actuación de la JEP!