La vida da frutos en todas sus manifestaciones y a cada instante. Como ello es inevitable, tenemos la opción de elegir con plena consciencia las semillas que más nos convengan.
Como podemos evidenciar, la fuerza del amor permite que una rama de pasto crezca atravesando una gruesa capa de concreto. Ahí no hay lucha, no hay pelea entre la hoja y el cemento endurecido: este cede, lo cual permite que la rama crezca. Nada detiene a la semilla cuando están dadas las condiciones para que emerja a la superficie. De la misma manera, nuestras siembras de sentimientos y pensamientos florecen. De hecho, lo que estamos viviendo justamente en este aquí y este ahora es el resultado de siembras anteriores. Algunas las hemos planeado cuidadosamente y las hemos desarrollado paso a paso, con objetivos claros y acciones concretas que podemos verificar a medida que las llevamos a cabo: un viaje que hemos anhelado, un estudio que nos sintoniza con nuestra misión de vida o la formalización de una relación. En experiencias como esas hemos tenido éxito; podemos integrarlas y aprender de ellas.
Sin embargo, las semillas que hemos sembrado en la plena consciencia del amor no son las únicas que dan fruto. Aquellas en las cuales dejamos de ser conscientes de la fuerza suprema también lo hacen. Nuestros actos nutridos por formas pensamiento apartadas del amor y que vibran en la frecuencia del egoísmo –como el miedo, la ira, la avaricia, la envidia, el castigo, la pereza, la soberbia, o la complacencia por encima de los demás- también tienen efectos en nuestra vida. Algunas veces esas semillas brotan muy rápidamente; en otras ocasiones son más lentas y maduran poco a poco. Sea cual sea su velocidad, germinan. Frutos de esas manifestaciones egoicas son la parálisis y la indecisión, el aislamiento no deseado, la frustración y el sufrimiento, la desconexión y el rechazo, el atropello a nosotros mismos y a los demás.
El amor siempre está. Pero, nuestra inconsciencia de él y las acciones que de ello se derivan traen consecuencias para nosotros y nuestro entorno. Muchas enfermedades, creería que todas, tienen un sustrato emocional en esa pérdida de consciencia. Los accidentes, con un cuchillo mientras cortamos un tomate o por un choque entre dos vehículos, son resultado de una evasión momentánea del instante presente. Ocurre lo mismo con la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, el maltrato verbal…Todo ello es el resultado de momentos de inconsciencia, que se acumulan hasta que no damos cuenta de nosotros mismos. Como todo, ello nos puede permitir aprendizajes: necesitamos volver a la consciencia plena. La respiración, el habitarnos plenamente, tramitar oportunamente nuestras emociones nos pueden ayudar a ello. Es urgente e importante.