Ocurrió en Madrid, la mañana del 16 de julio en el patio de la Armería del Palacio Real. Las autoridades rindieron homenaje de Estado a las víctimas de la pandemia y a quienes lo han entregado todo, hasta su propia vida, por atender esta tragedia. Alrededor de un flameante pebetero se hizo un minuto de silencio antecedido por la lectura del poema: Silencio, del siempre grande Octavio Paz. La voz profunda de José Sacristán inundó el espacio y se hizo presente, como si no existiera nada más que esa tristeza infinita que hoy comparten millones de personas en el mundo.
“Así como del fondo de la música brota una nota que mientras vibra crece y se adelgaza hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio otro silencio”, dice el poema. Y es que al final no queda más. Cuando se ha hecho hasta lo imposible, se han librado todas las batallas y se han encarado todos los debates, llega la muerte, cesa la agitación y sólo queda el silencio. Casi 650.000 víctimas mortales en el mundo, y más de 8.000 en Colombia, son mucho más que cifras gruesas. Son personas que tuvieron nombre, familia, amigos, pasado y el anhelo truncado de un futuro compartido. Son también millones de familiares que lloran y se preguntan por qué a ellos, ríos de lágrimas solitarias que, en medio de la frustración por no poder despedirse y acompañarse, llevan consigo los recuerdos, las alegrías, las tristezas y tantas cosas por decir repentinamente enmudecidas.
En Colombia, más allá del barullo ensordecedor de tantas palabras mal gastadas, hasta el momento hemos logrado sobrellevar esta tragedia, tal vez, de la mejor manera posible en nuestra situación particular. Hay mil modos de andar el camino, y detrás de cada opinión, informada o no, hay mil formas de entender la vida; pero lo cierto es que, juntos, hemos evitado miles de muertes y eso debería ser suficientemente contundente como para confiar más en nosotros mismos, ahora que debemos afrontar el momento más difícil. Simplificar la situación y reducirla a una tensión dicotómica e irreconciliable entre la vida y la economía, no es sino confundirnos con el ruido y desviarnos del propósito común. No es la una o la otra, es la una y además la otra, es todo a la vez de la mejor forma en que sea factible.
Mientras tanto, cientos de miles de personas trabajan día y noche en nuestro país atendiendo esta desgracia en todos los frentes posibles, dando lo mejor de sí mismos para los otros. Su entrega generosa y su extraordinaria capacidad de respuesta pasa casi inadvertida y así se hace difícil reconocer que somos capaces de hacer las cosas juntos, que lo estamos haciendo y que podemos superar este momento. Entonces, mientras estamos distraídos en medio de la confrontación y del bullicio, vuelve otra vez la muerte y todo se aquieta “y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen”.