

En la economía hay una verdad ineludible: sin mujeres, no hay economía y su aporte es de doble vía. Las mujeres sostienen el mundo no solo con su participación directa en el mercado laboral con un trabajo que, aunque invisible, ha resultado indispensable para el funcionamiento de las sociedades: el trabajo del cuidado.
Sin embargo, a pesar de su rol fundamental, la participación en la toma de decisiones económicas y en la dirección de sectores estratégicos, es aún rezagada. La brecha de género en las juntas directivas de empresas y en espacios de poder económico es una pérdida de oportunidades para el desarrollo.
El trabajo de cuidado, mayoritariamente realizado por mujeres, es un motor que permite el funcionamiento de la economía. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican en promedio tres veces más tiempo que los hombres a tareas no remuneradas como el cuidado de niños, adultos mayores y al trabajo doméstico. Si este trabajo se valorara económicamente, representaría mínimo el 10% del PIB mundial.
Sin acceso a sistemas de cuidado accesibles y equitativos, la economía pierde el talento de millones de mujeres, limitando el crecimiento económico y el desarrollo social. Sin embargo, las cifras sobre su acceso a posiciones de liderazgo en el sector económico siguen siendo preocupantes. De acuerdo con la consultora McKinsey, solo el 26% de los cargos ejecutivos en empresas a nivel mundial son ocupados por mujeres. En las juntas directivas de las principales corporaciones, su presencia es aún menor.
En Colombia, aunque la participación de mujeres en juntas directivas ha aumentado, pasando del 15% en 2018 al 23.1% en 2024, continúa la brecha persistente pues los hombres aún representan el 77% de los puestos en juntas directivas. El liderazgo de las mujeres en las juntas directivas no es cuestión de representación, sino de eficiencia y sostenibilidad. Empresas como Nasdaq, por ejemplo, han comenzado a exigir un mínimo de diversidad en los consejos de administración de las compañías listadas en su bolsa. Esto no es una simple medida simbólica; es una estrategia para mejorar rentabilidad y toma de decisiones empresariales.
Estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) han demostrado que las empresas con mayor diversidad de género en sus juntas tienen mejor desempeño financiero. La diversidad genera decisiones más equilibradas, mayor innovación y mejor comprensión de los mercados. De acuerdo con María José Quiceno, en el 2024 las narrativas en contra de las mujeres crecieron un 30%, desplazando las conversaciones positivas sobre igualdad. Este fenómeno genera un entorno hostil donde las iniciativas de equidad se enfrentan no solo a la resistencia estructural, sino también a la erosión del debate público.
Desde la formación de mujeres líderes hasta la promoción de políticas corporativas inclusivas, se demuestra que es posible, pero requiere compromiso real de los sectores económicos y políticos. La clave está en construir sistemas que no solo incluyan a las mujeres, sino que reconozcan su aporte esencial.
El pasado jueves, en un encuentro en Mosquera, abordamos un tema esencial: la importancia de la formación de niñas y niños en torno a su familia, principalmente bajo la guía de la madre. Esta realidad nos enfrenta a un reto enorme como sociedad: entender que la educación y el entorno familiar moldean el liderazgo del futuro.
Las empresas deben reconocer este factor y diseñar estrategias que comprendan el rol de la mujer no solo como líder de su hogar, sino también como figura clave en la toma de decisiones empresariales y organizacionales. Si las mujeres son la base de la educación en casa, también deben ser protagonistas en la construcción del mundo corporativo, político y social.