Una vez terminada la cuarentena podemos creer que fue tiempo perdido. Creo todo lo contrario: ganamos en tiempo y espacio.
Por supuesto, para muchas personas estos cinco meses han representado una catástrofe: mayor desempleo, quiebras numerosas, esfuerzos de años que por arte de virulenta magia se disolvieron. La convivencia ha implicado serios problemas al interior de muchas familias y la soledad, en otros casos, ha podido ser algo inmanejable. Sin embargo, por increíble que parezca, todo tiene un sentido: nada ocurre por casualidad. Cuando la vida nos plantea escenarios difíciles son muchos los aprendizajes que podemos encontrar, si nos damos el permiso de salirnos de la caja y mirar un poco más allá. Tal vez eso que se llama la nueva normalidad o la nueva realidad sea una maravillosa posibilidad para transformarnos, de adentro hacia afuera.
La verdadera cruz que cargamos a cuestas como humanidad es la tridimensionalidad en la que nos movemos: es una cruz de espacio y tiempo que nos limita. En esta época de confinamiento hemos tenido la gran oportunidad de explorar nuestro infinito espacio interior, donde los límites los traspasamos nosotros mismos en la medida en que ampliamos la consciencia. Dado que en la cotidianidad anterior la vida iba a toda velocidad -que para muchas personas se intensificó con la cuarentena- y los momentos de reflexión interior podían ser escasos, se han abierto espacios para hacerlo. Es comprensible que se hayan hecho todos los intentos por llenar esos lugares con algo similar a las actividades de antes. Es ahí cuando aún podemos actuar por fuera del molde: en lugar de saturarnos de lo anterior, detenernos a revisar qué ocurre adentro para que el afuera sea como es. Esta pandemia, sin importar su origen, nos ha permitido tiempos y espacios de conexión interior, para trascender esa cruz que nos constriñe.
Cuando necesitamos resolver sentimientos, emociones o pensamientos que nos hacen la vida de cuadritos, así no nos hayamos dado cuenta de ello, requerimos detenernos para reflexionar, conectarnos con nosotros mismos, darnos nuestro lugar, a fin de conectarnos con el otro y darle el suyo. En este tiempo de restricción humana, los animales han regresado a sus hábitats naturales, el aire ha estado más limpio, las ciudades menos contaminadas. Esa es una ganancia gigantesca, que tal vez no se refleje en las estadísticas macroeconómicas, pero que sin duda hace que el mundo sea hoy un poco mejor en materia ambiental. También ha habido mayores posibilidades de encuentros reales tanto con nosotros mismos como en familia, a lo mejor tan reales que generan desconcierto. Podemos explorar esas dinámicas interiores y familiares para ver qué es necesario transformar. Hemos ganado tiempo y espacio, ojalá los aprovechemos conscientemente.