Dar gracias por lo que nos gusta es algo relativamente fácil, aunque no siempre las demos. Agradecer por lo que no nos gusta es más difícil. Y es prueba de que estamos comprendiendo las dinámicas de la vida.
Aunque la gratitud no es una virtud que todos los seres humanos hayamos desarrollado por igual, lo cual demuestra nuestra maravillosa singularidad en medio de la totalidad, dar gracias es un acto que aprendemos en nuestra primera infancia. Damos gracias por los regalos que nos hacen, los favores recibidos, los deseos bonitos que para nosotros surgen del corazón de quienes nos aman, los momentos armónicos que compartimos en familia o con amigos. También damos gracias a la Divinidad, como quiera que la comprendamos, por la salud, los alimentos servidos, el techo y los logros alcanzados; probablemente también aprendimos a agradecer por una hermosa puesta de sol, por el agua que bebemos, por la lluvia luego de la sequía y por el clima benigno que llega luego de una inundación. Nos cuesta más trabajo agradecer por la sequía y la inundación. Al fin de cuentas, ¿por qué habríamos de agradecer por las calamidades? Ahí hay una clave vital.
¿Ya agradecimos por el Covid-19? Sí, difícil. Este coronavirus llegó para habitar entre nosotros, entonces es mejor que nos relacionemos desde la gratitud con él, pues hace parte de la vida y esta es sabia, aunque nos cueste trabajo comprenderla. Este virus antes que ser un enemigo es un catalizador de nuevas formas de relacionarnos con nosotros mismos, los otros seres humanos, la naturaleza y el Todo. Desde la visión tradicional, que fragmenta, segmenta y compite, podemos creer que el virus solo trae incomodidad, enfermedad y muerte, vivencias que de por sí existen y que todos, tarde o temprano, habremos de atravesar.
Si ampliamos la mirada, podemos reconocer que el Covid-19 también llegó para que aprendamos sobre situaciones que aún no hemos comprendido del todo, entre ellas la gratitud por lo que no nos gusta. La vida es tal como es, no como quisiéramos que fuese. Así que hoy estamos llamados a permanecer en aislamiento, cumplir medidas protectoras, reducir el ritmo frenético de las ciudades y habitarnos en forma diferente para autocuidarnos y cuidar a los demás. Todo ello es motivo de gratitud.
Es momento para agradecer por la vida. Tiempo para dar gracias por el cuerpo que somos, este primer territorio en el cual nos ocurre la existencia entera, en el que pensamos, sentimos, actuamos y desde el cual también trascendemos. En este mismo instante podemos honrar a ese cuerpo que somos y de paso honrar los cuerpos de los demás. En medio del encierro nos podemos abrazar a nosotros mismos; podemos agradecer a cada célula, órgano y sistema de nuestro cuerpo por los tiempos vividos, los que estamos viviendo y aquellos que nos restan por vivir. Agradecer por la introspección que podemos hacer, por los nuevos vínculos con nosotros mismos y con quienes nos rodeen. Agradecer por lo que no podemos comer, por lo que no podemos hacer. Y disfrutar gozosamente lo que sí, aunque nos parezca poco. En verdad, cada instante de vida, sea como sea, es un tesoro.