Los niños y jóvenes no creen en Dios porque los colegios no los catequizan. Las enfermedades son culpa de las empresas de salud. El desorden de la ciudad es culpa del alcalde. La corrupción es responsabilidad de los que no vigilan bien. Estas y otras más, son algunas de las afirmaciones que a diario escuchamos de nuestros labios y forma de ser tan particulares. Todo está delegado. Nadie quiere poner la cara a sus propias responsabilidades, sino que todo es obligación de los otros, culpa de los demás. Somos unos individuos como incapaces de asumir las grandes tareas de la vida y por eso nos resulta tan fácil y cómodo delegar todo: que otros eduquen los hijos, que otros cuiden la salud, que otros ordenen la ciudad, que otros paguen los platos que yo rompí, etc. ¿Cuándo será que cada uno de los que formamos la sociedad colombiana nos haremos cargo de lo que nos corresponde y dejamos de pasarle el bulto al primer cireneo que se nos cruza por el camino?
A medida que crece la capacidad económica, descubrimos que toda delegación se puede comprar o pagar: la educación, las labores personales, el cuidado de la salud, la formación espiritual, el descanso, incluso la superación del dolor y la tristeza. Basta tener dinero y siempre encontraremos quién haga por nosotros la tarea. Y quienes no tienen dinero, cada vez encuentran más abierto un Estado que se echa encima todas las cargas: se le delega la educación, el cuidado de los hijos –abandonados o no-, la planificación familiar, los líos familiares, la alimentación, todo. Aquí nadie tiene obligación de responder por nada. Eso sí, cuando la fortuna sonríe cada uno sí quiere ser el encargado de disfrutarla y de apropiársela. Hemos engendrado una forma de vivir muy compleja y en fondo muy pasiva.
¿No será que este modo de ser es el responsable de que avancemos tan lentamente en todos los campos de la vida personal y comunitaria? ¿Cómo sería nuestra sociedad si todos tuviéramos más espíritu emprendedor, más sentido de responsabilidad, más ganas de triunfar con medios propios en la vida?
Esta masa poblacional pasiva que somos, en muchos casos es propensa a ver con suspicacia, por no decir envidia, a todo el que es aventajado en sus tareas, exitoso en sus empresas, notable en sus realizaciones. No hay la misma inclinación a preguntarse cómo es que han hecho los que nos llevan la delantera para tener luz propia, logros importantes, realizaciones admirables. Y cuando de pronto nos da el impulso de saber cómo se hace algo importante, entonces, contratamos a alguien para que nos haga la averiguación. Otra delegación.
Creo que la inmensa mayoría de colombianos nos podremos morir sin haber sabido de qué éramos capaces, diferente a pedir que hicieran cosas por nosotros. Cuando Jesús quiso subir a Jerusalén, Pedro se lo quería impedir. Jesús lo increpó: tú piensas como los hombres, no como Dios. Tal vez haya que pensar como Dios para hacer lo que hay que hacer, sin delegar lo importante.