La fila era kilométrica, avanzaba con parsimonia reptiliana y se enroscaba sobre sí misma a lo largo de los laterales enrejados del Parque de El Retiro. La expectación por el regreso de la Feria del Libro de Madrid tras dos años y medio era total y a Colombia se le concedió el honor de ser el primer país invitado de la nueva normalidad, una responsabilidad cuya magnitud, tristemente, no logramos entender y para la que no estuvimos a la altura. España solo nos pedía una cosa: mostrar lo mejor de nuestra literatura y ayudarles a organizar un evento que, aprovechando la significativa presencia de residentes colombianos, buscaba impulsar las deprimidas ventas de un sector tan golpeado por la pandemia como lo es la cultura. En lugar de ello, dimos un espectáculo que algunos medios ya etiquetan como “circo político” y “torpedeo”.
Se equivocó el gobierno, inventando excusas para justificar lo injustificable. Para una vez que todos los ojos del gigantesco mercado español iban a estar puestos sobre nuestras letras, teníamos la obligación de desembarcar en Madrid con la artillería pesada. En la cita más importante que tendremos en Europa en años, tenía que estar invitado nuestro Olimpo literario, punto. Cualquier argumento en contrario está de más. Tuvimos la oportunidad de llegar unidos a la feria para presumir de nuestros cuatro Alfaguaras, nuestro Nobel, nuestro Princesa de Asturias y toda la nueva camada de escritores que sigue reforzando nuestra posición como fuerza influyente en la literatura latinoamericana. En lugar de ello, preferimos dejar ir la ocasión atascándonos en absurdas elucubraciones sobre las distintas acepciones de la palabra “neutralidad”.
Se equivocaron también todos aquellos que quisieron instrumentalizar el evento para sacar réditos políticos, bien fueran estos queriendo lavar su propia imagen o aquellos tratando de empañar la de los otros. La innecesaria politización de un evento que no era nuestro es una falta de respeto completa hacia nuestro anfitrión y demuestra lo roto que estamos como país. Se nos olvidó que íbamos invitados como homenajeados a una fiesta en casa ajena y, en lugar de sabernos comportar, preferimos exportar a la celebración una pelea que en absoluto le importa a España ni a los madrileños cuya única intención era darse una vuelta por las casetas del Paseo Fernán de Núñez para comprar un par de buenos libros escritos al otro lado del Atlántico.
Al igual que Colombia, España también atraviesa profundos conflictos políticos y la oposición contra su gobierno es constante e inclemente, pero si de algo no tengo duda es que de haber sido ellos los invitados a la Feria del Libro de Bogotá, no habríamos presenciado lo que en Madrid tuvieron que aguantarse con nosotros. ¿Por qué? Porque hay momentos y lugares para todo, incluso para reivindicar una u otra ideología, y la Feria del Libro de Madrid no era uno de ellos.
Fueron 17 días donde, tristemente, la protagonista fue la polémica y no nuestra riqueza literaria, como debía ser. Una oportunidad perdida donde todos nos equivocamos por esa prepotencia polarizadora de querer politizar cualquier cosa en cualquier parte.
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